Se trata de la inteligencia emocional. Y habla sobre aceptar la postura ajena. La “regla del lavavajillas”, promueve la aceptación de la diversidad de métodos y la flexibilidad en la vida diaria. Aplicarla demuestra empatía, mejora las relaciones y fomenta la creatividad.
El relato es sencillo: “Me quedé mirando el lavavajillas con cara de perplejo. No entendía por qué mi esposa ponía los platos delante de las tazas. Yo siempre los ponía atrás, donde encajaban tan bien.
—Mira, estas ranuras son más estrechas, así que encajan perfectamente aquí —explicó mi esposa con calma—. Y luego puedes poner tazones aquí y tazas aquí.
“Qué locura”, pensé.

Aunque mi esposa y yo tenemos formas completamente diferentes de llenar el lavavajillas —ni hablar del debate sobre si el mango de los cubiertos está hacia arriba o hacia abajo—, he aprendido una lección importante en nuestros 17 años de matrimonio. Cómo se llena el lavavajillas no es tan importante. Al fin y al cabo, (no importa) quien lave los platos, si siempre quedan limpios.
Una discusión cotidiana sobre cómo cargar “correctamente” el lavavajillas le sirvió a Justin Bariso, experto en inteligencia emocional, para reflexionar sobre cómo gestionar las diferencias y establecer una nueva “regla” que puede revelar mucho sobre nuestra madurez emocional. Bariso se sirvió de una discusión cotidiana sobre cómo cargar “correctamente” el lavavajillas para ilustrar y reflexionar sobre cómo gestionar las diferencias en la vida cotidiana puede revelarnos mucho sobre nuestra madurez emocional de lo que se piensa.

El experto, introdujo lo que denomina la “regla del lavavajillas”, un principio sencillo que vincula inteligencia emocional y convivencia: aceptar que hay más de una forma válida de hacer las cosas es clave para mejorar nuestras relaciones personales y también nuestra capacidad de liderazgo.
Bariso parte de una anécdota personal: tras años de matrimonio comprendió que el modo en que su pareja colocaba los platos no era erróneo sino diferente. Esta constatación lo impulsó a formular una regla con vocación de recordatorio emocional: no siempre hay una única manera válida para hacer las cosas.
La clave está en dejar de aferrarse a los propios hábitos por ego o rutina. A menudo, según detalló Bariso, esa resistencia no es racional sino emocional.
“Nos molesta que los demás no hagan las cosas como nosotros, aunque el resultado sea igual de bueno”, planteó.

La inteligencia emocional implica gestionar nuestras emociones y comprender las de los demás, y una parte clave de ello es reconocer por qué nos aferramos tanto a nuestras propias formas de hacer las cosas. Muchas veces, este apego responde a patrones de personalidad —como los descritos en el modelo OCEAN: apertura, conciencia, extraversión, amabilidad y neuroticismo— y a hábitos adquiridos a través de recompensas repetidas.
Adaptarse
Este enfoque conecta con un principio esencial de la inteligencia emocional: la capacidad de regular las propias emociones y adaptarse a las de los demás. En el entorno laboral, “dar espacio para que los demás actúen a su manera fomenta la confianza, la seguridad psicológica y la creatividad en el equipo”, sintetizó Bariso.
Delegar también es liderar
Una idea similar propone el emprendedor Hakeem Gunn, quien, en una reflexión publicada en Medium, relató cómo aprendió a delegar gracias a su reconciliación con el lavavajillas. De considerarlo ineficiente, pasó a valorarlo como una herramienta para optimizar tareas y tiempos, y sobre todo, para reconocer el criterio de quien lo manejaba con mayor destreza. Delegar tareas, optimizar el tiempo y valorar la preparación de aquellos que lo utilizaban mejor que él es una cuestión importante.
Gunn trasladó esta lección al mundo profesional con una pregunta clave: “¿Le estás asignando tareas a las personas más capacitadas para realizarlas?”. Su conclusión fue tajante: liderar no es hacer todo sino permitir que otros aporten su talento donde más se necesita.
Aunque parezca trivial, la “regla del lavavajillas” tiene implicancias profundas: invita a repensar cómo enfrentamos el desacuerdo, cómo ejercemos el poder en nuestras relaciones y cómo construimos entornos donde la diferencia no se viva como amenaza, sino como oportunidad. Una lección simple, pero efectiva, que trasciende la cocina.