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lunes, mayo 20, 2024

El tesoro de los padres y un secuestro en la frontera

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En el estilo folletín, siguen las entregas de capítulos de la novela local. Aparecen nuevos personajes y se resumen los dos capítulos anteriores para permitir la continuidad de la historia ¿ficcional?

En la continuidad de El Tesoro de los Padres, en el capítulo 3 aparece una nueva protagonista. Y a continuación, va el resumen de lo publicado.

En el capítulo 1 – Por los caminos del Señor el protagonista es Tadeus, un cura jesuita – En 1768 Este jesuita de la Misión de Santa María va a partir hacia San Ignacio con una carga importante en sus alforjas mientras los paulistas que buscan esclavos se preparan para atacar la Reducción

En el capítulo 2 – Territorio pirata se desarrolla en la actualidad, Zosa Guarencio es un capo de la marihuana y está enojado con las autoridades argentinas porque “no cumplen sus pactos”. Y busca realizar una acción vengativa: secuestrar la hija de un Prefecto.

Capítulo 3

La sartén y el fuego

La noche anterior, Linda Celeste tuvo un sueño. Y fue muy feliz en su sueño. Estaba tomando el desayuno con mamá y su papá. Por extraño que parezca su hermano no aparecía pero no parecía importarles a ninguno de ellos. Estaban todos bien y una suave brisa entraba por la ventana. ¿Cómo ella sabía que había una brisa en su sueño? ¡Porque las cortinas oscilaban de tanto en tanto! Tal era el detalle de sus sueños. Lo que ella nunca podía acordarse era si soñaba en colores o sólo en blanco y negro. No. Eso ella no podía precisar. Debería prestar más atención a sus imágenes. Y luego, ya sus padres no estaban más y ella estaba andando en una lancha grande y poderosa. Con motor fuera de borda y un piloto al que no le veía la cara. Y otra vez, la brisa del río (porque era en un río) le pegaba en el rostro, así como de vez en cuando, las salpicaduras del agua le estallaban en su piel y ella metía su mano derecha en el agua. Hasta que de improviso aparecía un gran pez (¿sería un surubí? O era uno de esos que había visto en una película y que sólo hay en los mares?) Ella no podía creer que ese pez la persiguiera y que quería morder su mano. Y la apresaba y ella hacía fuerza pero el pez que lo miraba con ojos incisivos hacía fuerza para sacarle el brazo. Pero ella resistía. Y quería gritar pero la voz no le salía. Y nadie parecía darse cuenta de su situación. Hasta que en un momento, el pez pegó un gran sacudón y ella voló por los aires y cayó al agua. Ahora estaba perdida. El pez vendría por ella y la atacaría. Sí. Estaba en severos problemas. Y se dispuso a dar lucha. Pero en forma inmediata ya estaba lejos de ahí y el pez no había podido hacerle nada. Y no se sentía mojada. Simplemente estaba andando por un camino en una motocicleta. Ella amaba conducirlas. Otra vez el viento le daba en el rostro y su cabello parecía flotar. Otra vez era feliz.

Actualidad.

Linda Celeste tiene los ojos cubiertos (pero ella no lo sabe) y una cinta gruesa que le cubre toda la boca y da vuelta por atrás. No puede entender aún qué está pasando. Pero intuye que no es bueno. Imagínate: si te despiertas y no puedes hablar, ni puedes ver, apenas puedes oír… oye, eso no está bien.

En principio, apenas toma conciencia, piensa que tuvo un accidente y está en una sala de terapia intensiva. Por eso no puede pronunciar palabras ni ver nada.

“Ha de ser que me atropelló un auto… o algo así…” se anima a pensar mientras intuitivamente intenta mover sus brazos y los siente rígidos y hacia atrás.

“Oye, tampoco me puedo mover…”

“Caramba, qué posición más extraña”, evalúa no sin sorpresa y comienza a estimar que le está pasando algo más.

Desconcierto: La protagonista no sabe qué le pasa. (Imagen ilustrativa)

“Pero si yo… -hace un esfuerzo- estaba yendo al colegio…”. La joven de 17 años se da cuenta que tiene un vacío en su mente.

“… y, de repente, ¡ah, sí!, le estaba por mandar un mensajito a Pato”. Patricia es su gran amiga y compañera del cole desde primer año, con la que tenía que encontrarse.

Intenta moverse otra vez, y siente que sus piernas están muy sujetas… “Sí, qué raro todo esto”…

El escondrijo donde se encuentra no tiene nada de sanatorio. Es una pocilga de mala muerte perdida al fondo de un sotobosque que los lugareños suelen denominar capuera.

En la región escondida cercana al Peñón del Teyú Cuaré en San Ignacio, los secuestradores de Linda Celeste están comunicándose con Zosa Guarancio que está en su mansión amurallada del otro lado del río a 40 kilómetros en línea recta.

-Jefe: soy yo. El argentino más capo. ¿Vio que podíamos lograrlo? Sin problemas…. ¿cómo? ¡No! Ningún contratiempo. ¡A papá mono con banana de plástico! La piba es muy linda, jefe. ¿Está seguro que la quiere meter en la trata? Mire que está como para casarse con ella, no para hacerla una trola… ¿Cómo? ¡No! Yo no le estoy discutiendo las decisiones, jefe. Simplemente era un comentario… Porque si usted la viera, la iba querer llevar para allá en Paraguay, ¿me entiende? Porque está rebuena, la pendex… ¿me caza, jefe?

Aunque el que hablaba, lo hacía sin tomarse cuidados –porque la chica secuestrada no podía verlo- era evidente que el muy tonto no se daba cuenta que ella sí podía oírlo.

Y así, aunque estaba recobrándose y un poco atontada, Linda Celeste iba tomando conciencia de su situación de rehén de unos mafiosos que sabe Dios qué querían de ella. Pero ese hombre con acento porteño resultaba particularmente amenazador para su futuro en el diálogo que estaba manteniendo.

“¡Estoy secuestrada!”, estalló en su cerebro y de golpe la trajo al mundo. “No es un accidente ni estoy en una sala de terapia intensiva…”

No. Nada de eso. Y ahora, no sabía si alegrarse o ponerse mal. Su abuela Ñuki tenía una frase que ella nunca entendía del todo pero que ahora parecía adquirir un significado cruel y palpable como nunca antes en su vida. “Salís del sartén (“Es la sartén, abu”, le corregía Linda) para caer en el fuego”… Ahora sí que tenía sentido esa frase, por Dios. “Secuestrada, amarrada como un embutido y con tipos que hablan de que quieren venderme a un prostíbulo. Diossss”.

Los secuestradores se habían llegado hasta Posadas bien temprano ese día. Cruzaron el puente que une Encarnación con la capital de Misiones a las 6 de la mañana (5 en Paraguay). Y se apostaron en cercanías de la casa del Prefecto Gomez Cervinho.

Habían hecho el trabajo de inteligencia los días previos con ayuda de algunos dealers que tenían en Posadas. Sabían dónde era la casa del Prefecto y estudiaron los movimientos de la familia y en especial de la jovencita. Admiraron –como no podía ser de otra manera- las esbeltas piernas de la muchacha y su figura estilizada. Usaba una falda breve (pero no extremadamente corta) y unas medias azul oscuro que subían por sus pantorrillas hasta las cercanías de sus rodillas. Era una auténtica muchacha sana y bella en la mejor edad.

Los maleantes admiraron su figura y belleza. (Foto ilustrativa).

Tras quince días de observación, determinaron: Dos veces la llevó su padre. Otra vez, manejó el auto la madre con ella al lado. Y otras siete veces, salió de su casa, caminó por la vereda y se acercó a una casa de rejas altas de color verde intenso. De allí, salía otra jovencita con la que iban caminando hasta el colegio que quedaba a unas doce cuadras. En general, la joven llevaba un aparato de teléfono celular en su mano y resultaba evidente que enviaba y recibía mensajes. A veces –en tres ocasiones- si estaban atrasadas (aparentemente) tomaban un colectivo que las dejaba virtualmente en la puerta del colegio.

Y en las demás ocasiones (cuatro) continuaron su itinerario a pie.

Así, siguiendo un cálculo de probabilidades, los secuestradores estimaron que el día de la acción, Linda Celeste iría a pie al colegio (no llovía ni estaba muy fresco y la mañana invitaría a caminar) junto a su compañera. Las veces que ella fue en auto con alguno de sus padres estuvo feo el clima y su compañera no resultó del viaje.

“Tendremos esos siete minutos que hay entre su casa y la de su compañera”, decía el argentino a sus dos colegas paraguayos mientras observaban la foto de la joven y confirmaban su identidad.

La mañana del secuestro igualmente estuvo todo a punto de fracasar. El azar y los imprevistos jugaron a favor de los delincuentes.

Linda se había olvidado de dejar en carga su celular y tenía muy poca batería.

Así que –al salir al patio delantero de su casa y estando bajo la mirada de los tres secuestradores, el chofer argentino y los dos paraguayos ocultos en la parte trasera de un vehículo tipo combi- ella se frenó y pensó en volver para buscar su cargador. Podría intentar algo de carga en el colegio.

Ingresó en la casa y llamó:

-Mamá…! ¿No viste el cargador de mi celu??

-No, nena. A dónde lo dejaste..?

-Ay, mamá,… Si lo supiera, ¿te estaría preguntando? ¡Qué sé yo…!

-Bueno, nena (ella odiaba que la llamara así) no sé, fíjate en el aparador al lado de la ventana… Me parece que lo vi anoche ahí. Creo que tu hermano lo llevó…

-Ese Ariel, maldito sea!… Seguro que fue él…

Ella se lanzó a revisar bruscamente por los lugares donde solía dejar… “Nada, carajo”, pensó.

-Mamá, me voy. Decile al tarado de Ariel que lo ponga donde yo dejé al cargador, ¿okey?

-Nena, qué vocabulario… -empezó su madre y cuando vio la llameante mirada de su primogénita, cambió el discurso-: Bueno, bueno… Sí, claro que le diré… Quedate tranquila

“Esta chica, qué caractercito, por Dios… Con razón se lleva tan bien mamá. Si Ñuki y ella son calcadas en la forma de ser y el temperamento”.

Salió de golpe y asustó a los delincuentes que pensaban en levantar la guardia y abandonar el operativo. Esas eran las instrucciones. “Si no hay certezas, mejor, esperar la ocasión. No habrá dos oportunidades. Así que no pueden fallar”.

Cuando la vieron salir, iba tan rápida que el argentino apenas alcanzó a girar la llave de arranque de la combi y, al arrancar, el motor se aceleró brutalmente.

La chica estaba tipeando velozmente que no se percató del sonido explosivo del vehículo. Iba atrasada y Pato estaría esperándola… si es que ya no se había marchado. Quería que la aguantara y llegar juntas al cole.

En ese momento, un hombre joven, bien vestido –pensó ella, “aunque justo hoy que vengo atrasada”- y pelo corto se acercó por detrás muy cerca del vehículo con motor encendido.

-Señorita, estoy buscando la calle –y él esgrimió un papelito- Bustamante… ¿Cómo puedo llegar…?

“Era un hombre bien vestido que pedía ayuda para ubicar una calle” (Foto ilustrativa)

Y ella ingenuamente se dio vuelta para señalar hacia el Sur de la ciudad.

-No es por acá… queda para allá… -dijo indicando con su mano izquierda.
Esos segundos que le quitó la vista al joven –ahora que pensaba tenía un acento típicamente paraguayo- ya el otro, un señor mayor, con una panza evidente y también con pelo corto y enrulado estaba encima de ella.

Duró unos segundos. Un abrir y cerrar de ojos. Aunque la combi emitía algunos estertores un tanto disonantes no llegó a llamar la atención. Además, el barrio era demasiado tranquilo, como decían los habitantes de ahí. Los hombres actuaron con pericia.

Colocaron un algodón embebido con un líquido a base de cloroformo y otro producto adormecedor que les había dado el químico de la plantación donde se elaboraban los panes de marihuana y que trabajaba también con la elaboración de clorhidrato de cocaína.

La adormecieron rápidamente (foto ilustrativa)

Linda apenas tuvo tiempo de moverse. Cuando quiso resistirse, los cuatro brazos fuertes la sujetaron, amordazaron e impidieron que produjera algún sonido. Al minuto, estaba adormecida y guardada en la gaveta de la combi que viajaba rauda, pero no tan veloz por la avenida Uruguay rumbo a la ruta 12 y de allí a San Ignacio.

El operativo había resultado tal lo planeado.

En Posadas, aún nadie sabía nada de su destino y qué podría pasarle. Y ella que iba tomando conciencia de su nueva situación comenzó a preocuparse. “Nadie sabrá dónde estoy ni qué me pasó… Oh, Dios….”, pensó la joven mientras algunas lágrimas se le derramaban, suaves, ingratas por sus mejillas.

-No se preocupen si llora un rato –dijo el porteño-. Ya lo dijo el doctor, el adormecedor le afloja las glándulas lagrimales y cuando se va despertando, es como una canilla con el cuerito roto… gotea un rato…

Pero, ella sabía que no tenía nada que ver con la química ni el algodón embebido en un líquido cuyo olor seguía mareándola todavía. No. No tenía nada que ver. “Es como decía la abu Ñuki. Ahora que me estoy despertando… veo que salgo de la sartén y voy cayendo… en el fuego”.

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