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sábado, junio 28, 2025

La novela de un joven pobre… cuando consigue un empleo en blanco

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La historia de Aaron Maza es reveladora. Vive en un barrio muy humilde en el conurbano bonaerense con su mamá y su hermanita. La madre ayuda en un comedor comunitario. Y él tiene deseos de mejorar. Le sale un empleo en el Hilton Pilar y desde ahí su vida y la de su pequeña familia cambian para bien. Hacer bien las cosas -a veces- tiene premio

“Hace tres años, Aaron Maza un joven de entonces 20 años le pasó algo excepcional para los chicos de su barrio popular de Pilar donde vive: Aaron consiguió un empleo en blanco”. El relato es de Lorena Oliva en La Nación en la sección A fondo. Y vale la pena ver cómo ese simple hecho cambia del negro al blanco (en más de un sentido) la vida de tres personas.

Como dice la autora: “Para quien vive en la pobreza, un puesto estable, con obra social, aguinaldo y vacaciones, significa mucho más que tener un trabajo: es una transformación socioeconómica personal y familiar. En el caso de Aaron, fue dejar de vivir al día, como cuando hacía changas para ayudar en su casa pero apenas lograba cubrir sus gastos básicos. Fue dejar de tener sueños para empezar a tener proyectos”.

El ingreso en blanco significó poder sacar una moto en cuotas

Gracias a ese trabajo en blanco, Aaron pudo empezar a organizar su vida y planificar el devenir de sus adquisiciones: se compró una moto y ahorró en los viajes hacia y desde el hotel. El deseo de un cuarto propio comenzó a tomar forma (dormía en la sala). Viajó en avión por primera vez en su vida. Se fue de vacaciones con su familia y hasta Débora, su mamá, comenzó a estudiar en la universidad, motivada e impulsada por su hijo.

Dice que siempre sale antes de su casa para viajar tranquilo, porque no le gusta llegar tarde al trabajo. Agrega que se lleva bien con sus jefes y que valoran su compromiso. “Es una gran oportunidad para mí y para mi familia. Así que la supercuido. Me da orgullo decir que trabajo en el Hilton. Cuando me efectivizaron, me hicieron recorrer el hotel y me contaron sobre los beneficios”, reconoce y suelta: “Recién ahí tuve conciencia de lo que había logrado”.

Las grandes empresas también tienen corazón y Aaron ha sido beneficiado para subir uno o dos pasos en la escala social gracias a este convite. Algunos dirán: están cumpliendo con la ley. Sí, pero no por eso hay que dejar de destacarlo.

“Cuando miro todo lo que logré en estos años, sé que es mucho. Y quiero seguir creciendo”, dice con voz suave y una gestualidad contenida, casi como si quisiera pasar inadvertido. Aaron está sentado en el living comedor de la casa que comparte con su mamá y con Amanda, su hermana de once años. Las paredes revocadas y el techo de losa conviven con paredes de ladrillo y techos de madera, pistas de lo que alguna vez fue una casa más pequeña, completamente de madera, mucho más fría, con filtraciones de agua y, sobre todo, peligrosa: la instalación eléctrica era precaria y varias veces los enchufes se recalentaban hasta prenderse fuego.

Aaron y su pequeña familia viven en una localidad de las afueras de Pilar que alterna calles de asfalto y tierra. Cinco días a la semana, Aaron viaja hasta el hotel Hilton de Pilar, su empleador. Trabaja en el sector de Housekeeping, el área a cargo del mantenimiento y la organización de las habitaciones.

Pilar es una localidad al noroeste de Buenos Aires a unos 60 kilómetros de la capital y cercana a General Rodríguez- Gracias a la recomendación de Manos en Acción, el comedor comunitario al que iba de chico y en el que hoy trabaja su mamá, se postuló para cubrir un puesto en el hotel. La primera vez no lo eligieron. “Creo que fue porque era una entrevista grupal y yo no hablé”, supone. Pero hubo una segunda vez a la que fue mejor preparado y quedó. “Soy runner de pisos en las habitaciones. Y como el nombre lo dice, me la paso corriendo. Me ocupo de controlar lo que se consume en las habitaciones, de reponer los offices (los gabinetes de cada mucama las que a su vez se encargan de reponer lo que los huéspedes consumen en sus habitaciones: bebidas alcohólicas, snacks, chocolates, café, té) en cada piso del hotel y de hacer los inventarios. Y también atiendo pedidos de los huéspedes”.

El contexto no es alentador. En el país hay casi 5 millones jóvenes de entre 18 y 24 años. De ese total, 747.141 tienen un empleo registrado. Sin embargo, solo el 6% de esas oportunidades laborales de calidad llegan a los jóvenes de hogares muy pobres (el 25% con menos ingresos del país), según un análisis del Observatorio de la Deuda Social de la UCA hecho en base a la Encuesta Permanente de Hogares del Indec del segundo semestre de 2024 y en exclusiva para LA NACION. Es que entre los jóvenes muy pobres que trabajan, 9 de cada 10 lo hacen en la informalidad. Aaron -hay que reiterarlo- es un bendecido. Que recibió la oportunidad y no la desechó sino que le sacó y está sacando todo el provecho: el tren pasó una vez y él se subió y se agarró firmemente a sus barrotes. No tiene pensado dejarse caer.

Así, un puesto en blanco es mucho más que una contraprestación económica a cambio de trabajo. Los beneficios que trae aparejados impactan de lleno en las condiciones de vida de estos jóvenes.

Aaron no la pasó bien desde pequeño por una escoliosis (desviación de la columna) y aplicó por mucho tiempo la calistenia, un sistema de entrenamiento físico que utiliza el propio peso corporal como resistencia. Se basa en ejercicios que se realizan con el peso del cuerpo, como flexiones, dominadas, sentadillas. “Llegué a necesitar muletas para caminar por este tema. Por suerte, entrenando calistenia mejoré mucho”, dice. También cuenta que hubo un tiempo en que vivieron con su abuela. “Nuestra casa no daba para más. Se llovía todo”, recuerda mientras se prepara una merienda proteica antes de ir a entrenar. Terminó la secundaria y empezó en la Facultad pero se ganaba la vida haciendo podas y paisajismo en las fincas de Pilar. “La mayoría de mis amigos de la escuela o los que iban conmigo a Manos en Acción hacen changas o no consiguieron trabajo en blanco”, reconoce Aaron.

La mujer resume en un detalle cómo cambió la vida familiar desde que su hijo trabaja: ahora van al supermercado. “Si mi hijo me llama y me dice que quiere comer pescado, lo puedo comprar. Ahora, a la calle salgo con plata”, afirma orgullosa y con gesto todavía sorprendido por este giro virtuoso en la vida familiar. Esta mejora en términos económicos derrama también en aspectos físicos, sociales, emocionales y psicológicos. Un empleo en blanco reduce un 47% la posibilidad de no tener amigos y baja en un 66% las chances de sentir malestar psicológico, como ansiedad o depresión, y en un 56% las de sentirse infeliz. Mientras que el riesgo de tener problemas de salud o enfermedades crónicas desciende un 30% y la posibilidad de no tener proyectos personales se achica un 37%.

Platita que entra va a la mejora de la vivienda y también a viajar y comer un asadito

Con él coincide Rodrigo Kon, director ejecutivo de la Fundación Forge, una organización que trabaja por la inserción laboral de los jóvenes económicamente vulnerables: los capacitan y los conectan con empresas. “A estos chicos se les notan las ganas de trabajar”, resume. La contratación de un joven egresado de sus programas significa para la empresa un ahorro de 2557 dólares anuales y el retorno de inversión era un 21% más alto que el de un empleado de su edad pero contratado en forma convencional. Tienen menos ausentismo, mayor permanencia en la empresa y mejor capacidad de resolución de problemas. A esa conclusión llegaron a través de un estudio que hizo Forge con el apoyo de la OIT y el BID.

Y hay más opiniones a favor.

Puertas afuera de la empresa, el impacto de un empleo registrado también es notable. “Quien lo consigue, pasa a ser alguien importante dentro de la estructura familiar, que genera orgullo entre sus mayores, sobre todo cuando ese trabajo en relación de dependencia lo coloca por encima de sus padres, que quizás nunca lo tuvieron”, analiza Ernesto Tocker, del servicio de empleo de la Asociación Mutual Israelita en Argentina (AMIA), espacio abierto a toda la sociedad y de referencia en cuanto a la conexión de los jóvenes con el mundo laboral. Tocker asegura que uno de los aspectos más valorados por los jóvenes que alcanzan la formalidad es el crediticio. “Con un recibo de sueldo, tienen acceso al crédito. Y ahí es cuando la capacidad económica cambia porque podés endeudarte y acceder a bienes más durables, que antes eran inalcanzables, como un vehículo o un electrodoméstico fundamental como una heladera, por ejemplo”.

Gracias a sus ingresos fijos Aaron pudo viajar en avión y conocer algo del país

El esfuerzo es, justamente, una de las actitudes que más valoran los empleadores que contratan a jóvenes que, como Aaron, provienen de contextos socioeconómicos marcados por la informalidad. También el compromiso y la responsabilidad con que desempeñan su tarea.

uando se le pregunta qué aprendió en estos años de trabajo, Aaron no duda: –Desarrollé habilidades sociales. Antes no hablaba. Aprendí a tratar con la gente –asegura. Ahora sueña con seguir capacitándose. Con progresar en el Hilton. Con ser instructor de calistenia. “Siempre se puede crecer”, dice, mientras construye su cuarto. Y también un futuro mejor.

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