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sábado, julio 27, 2024

Los jóvenes y vigentes 50 años de Confesiones de invierno

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Fue un gran disco de Sui Géneris. Aún sin los sintetizadores que llenaron el siguiente álbum de la banda pero con mucho más sonido que el primer disco Vida. A la calidad musical se suma la compositiva de Charly García que hablaba de la soledad, lo difícil de ser joven, el poder, el amor y hasta se animaba a satirizar a una familia norteamericana

Tenía 16 años. Mi tío Wolfgang (al que llamábamos Quex -léase cuéx) me invitó a subir a su camión y viajamos al sur mientras acarreaba planchones de madera desde Misiones. En Rosario me bajé. Había hecho amistad con Carlos Bini, un fana de Independiente con el que intercambiábamos opiniones sobre fútbol. Nos conocimos cuando carteábamos a la revista Goles. Él era un poco mayor y además de estudiar ya trabajaba en Rosario en una de las tiendas Galver.

No. No estaba en la Chicago argentina. Había viajado a su pueblo Cañada de Gómez. Pese a mi juventud y desconocimiento de la ciudad, no me desesperé. No sé cómo llegué a la terminal de buses y tomé uno para Cañada de Gómez.

Allá estaba Carlos. La familia eran sus dos padres y una hermana mayor casada. Esa noche, en el canal 3 (o era el 5, no recuerdo bien) había un recital. “Estos son buenos, de en serio”, me dijo Carlos que fue el primero en transmitirme la pasión por los Beatles. Y ahora me iba a presentar un dúo argentino. Él conocía mucho más de música. Yo para ese entonces no había superado las baladas de Gigliola Cinquetti ni la música instrumental de Frank Pourcel. Él ya navegaba las aguas del rock.

Y ahí en un estudio improvisado, en blanco y negro vi por primera vez a Charly García y Nito Mestre. Ya tenían su fama y estaban preparando su segundo álbum. Vida, el primero había venido a imponer el folk rock que tenían en Vivencia casi la única banda argentina del estilo. Pero Sui era mucho (pero mucho) más picante en las letras que Vivencia que apelaba a las guitarras. En cambio, Sui Generis era el manejo de teclados de Charly, un poco de guitarras y la flauta traversa de Nito.

Sui era repudiado por el resto de los rockeros nacionales que los veían como unos debiluchos que hacían música para las colegialas, pero a los jóvenes les gustó mucho.

Tanto que Vida anduvo muy bien. Y Confesiones de invierno ya constituyó un envión notable de calidad bien entendida.

Con los pocos ingresos de gestor de la escribanía de mi tío Juan Cayetano en 1976 pude adquirir Confesiones de invierno.

Mi tía Ñata (que había sido maestra) me cuestionaba: “Cómo Sui Géneris, ¿qué es eso? ¿Quiere decir que no tienen género?”, me lanzaba insidiosa.

Yo me tiraba en el suelo, usaba el Winco de la tía y ponía una y otra vez Confesiones. ¡Por favor! Te volaba la cabeza.

Era (y es) un disco (casi) perfecto.

No tiene puntos débiles ni flojos.

Arranca con Cuando ya me empiece a quedar solo y habla justamente de los artistas. Charly se ponía los anteojos de profeta y realmente para darle ese toque nostálgico y tanguero que tenía el tema aparecían los compases de un bandoneón tocado por Rodolfo Mederos: ¡Perfecto!

Para levantar el ánimo, seguía Bienvenidos al tren. Un tema muy pegadizo y saltarín. Bien para cantarlo entre todos.

Y luego algo con mucho vuelo poético: Un hada y un cisne. Charly siguió trabajando esa temática luego en la super banda Seru Giran. Este tema, además, permitía el lucimiento individual de los distintos ejecutantes de instrumentos y realizar solos improvisados al momento (de hecho, en el recital de cierre de Sui Generis, dura 27 minutos).

En el otro lado del disco LP arrancaban con el que daba nombre al álbum. Un triste relato de alguien joven que la estaba pasando mal. “Me echó de su cuarto diciéndome no tienes profesión; tuve que adaptarme a mi condición, en invierno no hay sol”. Quizá lo más parecido a esto es lo que cantó José Larralde alguna vez: “el pobre cuando anda en la mala, pisa caca y se resbala”.

Y al final el joven Charly se animaba a denunciar lo que ya se venía: la brutalidad de las fuerzas. “Conseguí licor y me emborraché En el baño de un bar; Fui a dar a la calle de un puntapié Y me sentí muy mal. Y, si bien yo nunca había bebido, En la cárcel tuve que acabar
La fianza la pagó un amigo Las heridas son del oficial”

Rasguña las piedras resultó una pegada que se difundió en las radios. Hablaba aparentemente de alguien que quedaba atrapado tras un derrumbe. Y que pedían que vayan a rescatarlo. Una humorada al estilo Charly.

Lunes otra vez transmitía toda la tristeza que siente el ser humano occidental que empieza poner melancólico su estado de ánimo en la tardecita del domingo y ya el lunes lo tiene todo inundado de ese color gris.

Mi amigo Carlos Bini desde Santa Fe me envió un casete y ¡él me cantaba Lunes otra vez porque le había pegado en demasía el tema!

Aprendizaje es otra pequeña maravilla que parecía pertenecer a Vida. Pero calzaba perfecto. Charly se animaba a cuestionar a sus maestros: “Y tuve muchos maestros de qué aprender; Solo conocían su ciencia y el deber. Nadie se animó a decir una verdad: Siempre el miedo fue tonto”.

Mr. Jones, o pequeña semblanza de una familia tipo americana era un rock a toda raja con un tempo en jazz de los años 20. Al estilo Bring back that Leroy Brown de Queen solo que este tema aún no había sido cantado por Freddy Mercury.

Y ya en el final, la conmovedora historia del rey tonto e imaginario, casi una semblanza del monarca francés Luis XVI pero también una crítica al poder y cuando las clases altas hacen caso omiso a las necesidades del pueblo.

El final era más que conmovedor: “Yo era el rey, de este lugar
Tenía 100 capas de seda fina. Estoy desnudo, si quieren verme
Bailando a través de las colinas. Bailando a través de las colinas” con una orquestación que sacudía el alma. O como dice Pablo Fernández en YouTube, “eriza y estremece”. Por lo menos para un joven de 18 años.

Y tras ella, cerraban con Alto en la torre un tema que buceaba la calidad compositiva clásica de García.

Hoy ya no tengo 16 años. Tengo 50 más.

El álbum de tapa con tonos amarillos con el rostro pintado de Charly y Nito sigue estando. No puedo oírlo más porque los ladrones me robaron el equipo musical, pero pongo YouTube Premium gracias a mi yerno Fernando y suena el bandoneón de Rodolfo Mederos en medio de los compases del piano de Charly. Y canta Nito y habla de cómo la suelen pasar los artistas que llegan a viejos: “Tendré los ojos muy lejos, Y un cigarrillo en la boca. El pecho dentro de un hueco. Y una gata medio loca. Un escenario vacío; Un libro muerto de pena; Un dibujo destruido Y la caridad ajena”

¡Qué bien envejeciste Confesiones, por Dios, qué bien envejeciste!

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