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sábado, octubre 12, 2024

El Tesoro… entra en zona de definiciones

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Continuando la historia de las misiones y la actualidad, en este nuevo capítulo hay un retorno al 1700 cuando los jesuitas son expulsados. El relato es una huida de la misión Santa María con una preciada carga

En 1768 los jesuitas recibieron la orden de tener que abandonar su obra en estas tierras donde tenían 30 pueblos. No solo debían dejarla sino que eran expulsados de todo suelo occidental. Muchos obtuvieron refugio en la Rusia de los zares.

En El Tesoro de los padres, se desarrolla una parte (ficcionada) de esos eventos.

Breve descripción de los capı́tulos ya publicados
1 – Por los caminos del Señor Tadeus – En 1768 Un jesuita de la Misión
de Santa María va a partir hacia San Ignacio mientras los paulistas que
buscan esclavos se preparan para atacar la Reducción
2 – Territorio pirata – En la actualidad, Zosa Guarencio es un capo de la
marihuana y está enojado con las autoridades argentinas porque “no
cumplen sus pactos”. Y busca realizar una acción vengativa: secuestrar la hija de un Prefecto
3 – La sartén y el fuego – Linda Celeste (17) es la hija del Prefecto que
acaba de ser secuestrada. Primero no toma conciencia de la situación y cree que ha sufrido un accidente mientras iba a la escuela
4 – Integrado y vital – Gilles Bechardié es un camarógrafo de la TV
francesa que tiene la posibilidad de venir a filmar en Sudamérica un
documental sobre las Misiones Jesuíticas. Está entusiasmado porque espera hallar tesoros ocultos

Capítulo 5

La selva tiene muchos ojos y algunas miradas


La noche anterior, Sancho tuvo un sueño que pudo, al fin, recordar en la vigilia del día siguiente. Él no era de tener demasiados remembranzas de lo que hacía su alma cuando se despegaba del cuerpo en las horas de descanso. Estaba demasiado agotado. Muchas veces se había cuestionado si era la mejor decisión ingresar a la Compañía de Jesús, pero ahora era tarde para arrepentimientos. Por lo demás, podía decir que no tenía demasiados remilgos en aceptar este destino suyo. Podía haber sido un hombre de armas también, igual que su tío Andrés que fuera un gran guerrero y había combatido en tierra y agua. Pero, él prefirió estos menesteres y aquí estaba. ¡Vaya paradoja! En sus sueños, se veía vestido de guerrero medieval con la armadura, su lanza y su escudero. Trotando por el mundo en la búsqueda de aventuras como en un libro de caballero andante. Recorriendo las maravillosas tierras de Castilla, en esas alturas y serranías con el río Tajo, allá abajo. Y él se acercaba al curso de agua, su caballo bebía con total tranquilidad, él ahuecaba su mano y también bebía. Luego se acercaba una bella dama con una vestimenta larga que le cubría todo el cuerpo. No podía ver su rostro aunque lo intentaba. En su interior se decía: “Es mi Señora, la señora del Corral, a la que rezábamos cuando niños. Ella viene a acompañarme”. Y la mujer se corría el velo y le hablaba con una voz susurrante, ensoñadora. “Debes luchar para defenderme, Sancho”. Y él asentía pero no le salían palabras. Y de repente, el rostro de la mujer mutaba y ya no era la Señora del Corral. Aparecía un rostro horroroso, un verdadero espanto Que le miraba con odio y parecía querer lastimarlo con la mirada. Sancho tenía miedo y se erguía, de un salto con una agilidad extraña en él, estaba montado en su caballo y volvía a transitar por el camino aunque ya no era en Castilla. No. Estaba en una selva desconocida. No eran los bosques del Guayrá donde ya estaba habituado. En esta selva se escuchaba un sonido distante, como el romper de las olas contra la costa. Si era un mar, no podía ser esta región cuya mediterraneidad no la acercaba a ningún océano. Se acercó a las orillas y había una barca. Un velero. Él se trepó y desplegó el velamen. La embarcación enseguida comenzó a ir mar adentro. El atardecer (porque era un atardecer, Sancho estaba seguro, no era un amanecer) era bello y el viento no aflojaba. El mar seguía calmo y su barca iba alejándose de la costa y solo quedaba agua por todos lados. ‘¿Y ahora, qué beberé?’ fue su pregunta antes de despertarse. Y se dio cuenta que tenía sed. Aún no había amanecido y en la penumbra se acercó a beber un trago de un cuenco de barro cocido que tenía en una mampara en su habitación. “Sí, sería un día largo”, pensó Sancho, mientras retornaba por unos instantes a su camastro.

Inicios de 1768. Selvas del Guayrá.
La misión de Santa María ya quedó atrás. El padre Tadeus Rainert encabeza un grupo de indios y una tropilla con caballos y burros que llevan pesadamente su carga valiosa.
Avanzan en silencio por los espacios libres que va dejando el monte. La ruta que siguen es la misma que va marcando el sol en su recorrido por la esfera celeste. Van hacia el oeste. Conocen el monte pero saben que el monte –a veces- cambia. Muta, se mueve. Se transforma. Todo es verdor y el vuelo alocado de los pájaros parece lanzar los anuncios de una tormenta en ciernes.
Así señalan los indios que acompañan a Tadeus en su peregrinar. Los monos saltan de rama en rama y todos marchan atentos a que en cualquier momento pueda aparecer por los senderos oscuros el andar remolón de un yaguareté. Nadie quiere pasar a ser comida de ese verdadero rey de la selva ni mucho menos quedar atrapado por sus poderosas fauces ni ser eviscerado por las recias garras del felino de increíblemente bellas manchas.
Han dejado un contacto en Santa María que esperará el avance de los bandeirantes. Se trata de un muchacho joven de no más de 15 años, de buen cuerpo y piernas firmes. Él partirá uno o días después, eso dependerá de cómo se desarrollaran las acciones bélicas con los paulistas.
Y en cercanías a Santa María, el dios Marte se está poniendo su casco y calzándose las vestimentas para salir al campo de batalla.
Luego de cruzar el arroyo Pindá, los cazadores de esclavos estaban listos para vadear el río Uruguay e iniciar el ataque a la reducción de Santa María. Estaban seguros que esta vez lograrían vencer la resistencia de los indios y los frailes.
-Ellos están cada vez más cerca, Padre Sancho –dijo uno de los vigías.
-Mmmhm, -refunfuñó el cura español mientras se santiguaba-. Hay que reforzar las empalizadas y ve a buscar los arcabuceros. Ellos tendrán que disparar sin malograr un solo gramo de pólvora.
-Están ansiosos por disparar. Para muchos será la primera vez padre.
-Bien –dijo el cura-.Convócales que es la hora de rezar las Vísperas. Vamos, anda, anda…
Las avanzadas paulistas preparaban sus embarcaciones para cruzar el río Uruguay. En la misión, todo era quietud. Apenas el ronroneo de las oraciones guiadas por la voz grave de Sancho Balterra.
Un joven indio se acercó a su jefe y le susurró al oído.
EL padre Sancho detuvo sus letanías un segundo y luego continuó
Cuando hubo finalizado se acercó al cacique y le consultó.
-Me dijo que podían intentar atacar las canoas de los bandeiras y hundir muchas de ellas…
-Mmmhm –volvió a reflexionar el Padre Balterra-. Es una maniobra no exenta de riesgos.
-Todos conocemos los peligros que se avecinan. Tupá Dios no querrá nada malo para nosotros y nuestros hermanos. Creo que deberíamos intentar un ataque sorpresa, Padre.
-Bien, indicó Balterra- ve y organiza la excursión. Pero los flecheros y los arcabuceros quedarán aquí a defender nuestra misión. ¿De acuerdo?
La organización del ataque sorpresa se organizó en poco tiempo. Los valientes indios sabían que tenían pocas posibilidades de sobrevivir, pero su concepción de la vida –eso lo sabían muy bien los Jesuitas- era vivir sin temor a dejar el cuerpo terrenal. Y por ende, era preferible morir peleando que de tifus y hambre siendo esclavos. No había opciones. Todos –hasta las ancianas y los niños- pelearían hasta morir.

La misión de Santa María en la actualidad

Nadie dudaba de que los esclavistas no tendrían piedad. Y si los capturaban, el destino les depararía en vida solo desgracias.
Los remeros con lanceros y portadores de hondas se esconderían en un recodo del río y buscarían hundir la mayor cantidad de canoas de los bandeiras. Los que sobrevivieran a nado, serían esperados en la orilla con garrotes y armas cortas para ser pasados a degüello sin piedad. E intentarían lanzar los tatá pirirí, o grandes bolas de fuego hechas con ramas de árboles oleosos que ardían aunque cayeran al agua. La intención era hacer naufragar a muchos de los ingratos visitantes que así podrían ser eliminados con más facilidad.
La existencia de un cañón con poco uso sería otra arma sorpresa para intentar devastar el enemigo. Pero nadie estaba seguro si funcionaría porque no se la había usado en años. Todo este período de décadas de ventura habían relajado las cuestiones de seguridad y custodio de las misiones. No sólo las misiones habían crecido de manera notable sino que los mamelucos habían desaparecido del horizonte.
Pero, claro. Apenas conocida la decisión del rey de España de expulsar a los frailes eran como lobos hambrientos que olían sangre. Ya estaban de vuelta. Y ellos no estaban con la guardia en alza. No. Los estaban tomando con muchas defensas en baja. Y ese relajo no podía resultar algo bueno. No, señor.
La gran batalla para defender Santa María estaba por empezar. Y esta vez, la lucha sería a muerte.
Los indios no eran temerosos de perder la vida. Y lo que les faltaba en disciplina lo compensaban en valentía y heroísmo. Eran diestros y hábiles en el manejo de las armas de guerra y una vez que aprendían sobre nuevas tecnologías, este saber se sumaba al anterior y todo lo potenciaban.
La lucha sería dura, pero estaban seguros que la Misión sobreviviría este ataque.
Alejados a veinte kilómetros de la ribera del río Uruguay el grupo que encabeza Tadeus Rainert continúa su marcha hacia el Oeste. Llevan una preciosa carga. Que es por demás, muy pesada. El avance es lento.
Pero desconocen que dos pares de ojos los están observando: en un caso, es una mirada esquiva y tensa. Mira al grupo y está evaluando cuando volver a origen para llevar la información que precisan sus mandantes. En el otro caso, es una mirada tranquila como la de alguien que observa pasar la vida o un grupo de nubes en el cielo.

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