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domingo, junio 16, 2024

Cuando Satchmo tocó en Buenos Aires y terminó en la comisaría

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Louis Armstrong ya era el trompetista más famoso del mundo. Había empezado su vida de la peor manera: abandonado por su padre y una infancia en quela trabajaba desde los 7 años. Sin embargo algunos golpes de suerte (como una familia de judía que le dio cobijo) empezaron a hacer el milagro. En 1957, en la cima de su éxito- visitó Argentina. Lo invitaron a tocar en una casa particular y (por el bochinche) fueron todos denunciados

Sí. Era un negro cachetón y muy simpático cuyos ojos parecían desorbitarse cuando soplaba ese instrumento: no había que asustarse; solo sentir la melodía y saber que el hombre estaba haciendo lo correcto. No solo tocaba su trompeta muy bien sino que cantaba. ¿Quién no conoce What a wonderful world (¡qué mundo maravilloso!)? Louis Armstrong era hijo de una prostituta que lo tuvo a los 17 años. El padre decidió que no valía la pena y abandonó a ambos. El pobre tuvo que rebuscárselas desde los 7 años.

En el Louis Armstrong House Meseum se ve esta foto del músico con su madre y hermana

Era New Orleans, ese territorio francés que Estados Unidos compró a Napoleón porque éste necesitaba el dinero para seguir sus guerras en Europa. Allí creció Armstrong. El día que él nació, su padre, William Amstrong, abandonó a la madre del bebé, Mayann Albert, de 17 años. Durante los cinco primeros años de su vida, lo crio su abuela. Posteriormente se fue a vivir en una habitación con su madre, a quien adoraba, y una hermana menor.

A los seis o siete años, Louis ya recorría el barrio después de volver de la escuela, buscando la forma de ganarse uno o dos centavos: había mucha segregación contra los negros.

Y descubrió a un grupo de familias judías que habían llegado de Lituania. La mayoría de las familias tenían algún parentesco entre ellas, al menos por matrimonio. Formaban una comunidad unida que se ayudaba mutuamente a enfrentar el flagrante antisemitismo que encontraron en su nueva tierra.

Armstrong portaba la estrella de David en agradecimiento a la familia Karnofsky.

A ellos no les importaba porque venían de Rusia y allá la cosa era peor. Acá tenían más libertad y chances de progresar.

De acuerdo con lo que describió Armstrong años más tarde en una breve autobiografía: “Louis Armstrong and the Jewish Family in New Orleans, 1907” (Louis Armstrong y la familia judía en Nueva Orleans, 1907), los judíos habían sufrido en el curso de la historia todavía más que los negros. Armstrong escribió: Los judíos “tenían sus propios problemas, además de las dificultades que les daban los blancos de otras nacionalidades que sentían que eran mejores que la raza judía… Yo sólo tenia 7 años, pero veía fácilmente el trato impío que los blancos les daban a esa pobre familia judía para quienes yo trabajaba”.

Llega el cornetín

Los Karnofsky, una de esas familias judías, estaban decididos a mejorar su situación en su nueva tierra. Cada mañana, a las 5, uno de los hijos mayores, Alex o Morris, salía a hacer sus rondas diarias recolectando chatarra. Recolectaban botellas, huesos y trapos que la gente vendía por centavos. Luego los vendían o los intercambiaban por bienes más rentables.

Los Karnofsky vendían carbón y Louis tocaba la corneta (imagen DepositPhotos)

Louis se acercó a los Karnofsky para pedirles trabajo y ellos no tuvieron ningún problema en contratar a un niño negro para ayudarlos con su profesión. De esta manera, desde los siete años, cada mañana muy temprano Louis se subía con Alex o con Morris al carro de caballos de los Karnofsky.

Louis también trabajaba con ellos por las tardes. Entonces cargaban el carro con carbón y hacían sus rondas, vendiendo un balde por cinco centavos.

Morris fue quien le dio al niño lo que debe haber sido el regalo más significativo que había recibido en su vida.

En las palabras de Armstrong: “Morris me compró una corneta de hojalata. Para soplar y soplar, la clase de corneta de hojalata que se usa en las fiestas para celebrar haciendo ruido. A los niños les encantaban”.

Así como muchos en Posadas identifican al afilador como la persona que viene en su bicicleta y hace sonar una especie de flautín, así los carboneros de Karnofsky eran identificados por la corneta de Louie

“Un día, saqué la boquilla de madera de la corneta, puse mis dos dedos en el lugar donde solía estar la boquilla, y sorpresivamente pude tocar una especie de melodía. Los niños lo disfrutaron mucho. Más que las primeras veces. Ellos traían sus botellas, Morris les daba algunos centavos y los niños se quedaban alrededor del vagón mientras yo los entretenía”.

Posiblemente esa fue la primera vez en su vida que Armstrong sintió la dulzura del éxito. Él se convirtió en el centro de atención de un público que lo admiraba y se nutrió de la estimulante experiencia de alegrar a los demás.

Un día, cuando Morris y su joven ayudante hacían sus rondas, Louis vio una corneta poco lustrada en el escaparate de una casa de empeños. ¡Qué hallazgo! Con el corazón latiendo de emoción, le pidió a Morris que se detuviera. Ambos fueron a preguntar el precio del precioso instrumento. Cinco dólares, una buena suma en esos días.

Morris le prestó a su socio dos dólares para el pago inicial. Luego Louis pagó otros cincuenta centavos a la semana hasta que pudo pagarlo por completo. Aprendió a tocar muy bien el instrumento en un ritmo que se imponía: el jazz.

Ese pequeño préstamo pudo ser un paso significativo para el camino de Louis Armstrong a la fama y el reconocimiento.

Pero la calidez que Louis encontró con los Karnofsky quizás tuvo un impacto todavía mayor.

Dicen que el apodo Satchmo provenía del idioma de la misma familia judía y hacía referencia a lo mofletudo que quedaba al tener que soplar su instrumento.

Según Papina en Twitter, Louis Armstrong hablaba con orgullo yiddish con fluidez y “Satchmo” en esa lengua significa “mejillas grandes“, un apodo que algunos dicen que le dio la señora. Karnofsky.

Eternamente agradecido y con su fe bautista, Louis Armstrong llevó el resto de su vida una estrella de David colgando de su cuello en honor a su mecenas. Hoy día existe en Nueva Orleans una organización sin ánimo de lucro llamada The Karnofsky Project que se encarga de proporcionar instrumentos musicales a niños sin posibilidades económicas.

“Arrésteme sargento; póngame cadenas”

Ya en la cumbre de su éxito, Armstrong visitó Argentina en 1957. Fue un suceso beatleano. La locura de sus fans apenas lo dejó bajar del avión. Usó un casco de béisbol para protegerse.

Los músicos de jazz se volvían locos por agasajar a su ídolo. Así fue como comenzaron a aparecer invitaciones a distintas comidas en restaurantes, clubes o incluso casas particulares, que por lo general terminaban con inolvidables jam sessions. Una de aquellas cenas fue organizada por el Hot Club de Buenos Aires en la Cantina Di Napoli, ubicada en Paraná entre Corrientes y Sarmiento.

“Con Armstrong estuvimos en un restaurante que estaba sobre la calle Paraná, entre Corrientes y Sarmiento –dice Alfonso Ferramosca–. El gerente era Boris Farberman, una especie de director del Hot Club de Buenos Aires, calculo que desde la década del cuarenta hasta los años setenta. Cuando se entera de que Armstrong iba a venir a Buenos Aires, dijo: ‘Si Armstrong viene a Buenos Aires lo voy a traer a tocar a mi restaurante’. Por supuesto que nadie le creyó, pero como era un tipo tan insistente lo fue a ver a Lococo y le debe haber insistido tanto que al final Armstrong realmente fue a tocar a la Cantina. Eso fue increíble. Cuando nos dijeron que iba a tocar Armstrong nadie creía nada, pero la realidad es que apareció, comió y tocó. Ese día no toqué. Armstrong lo hizo con sus músicos y con algunos de acá como Baby López Furst y me parece que los Dixielanders también”.

Armstrong en Argentina con el director y compositor Waldo de los Ríos.

Poco después sobrevino una historia increíble: comenzó en el escenario del teatro donde tocaba Satchmo con su banda y continuó con un almuerzo de comida judía en la casa del baterista Leo Vigoda. Al final de esa historia, todos terminaron declarando en la comisaría del barrio.

Vigoda tenía un amigo que era fotógrafo del ambiente artístico: el ‘Gordito’ Mauri. Era el fotógrafo oficial de todos los locales nocturnos como el Chantecler, el Tabarís. “Esa noche me hizo subir al escenario del Ópera en un intervalo, cuando cierran el telón y se retiran los músicos. Entonces yo, dando vuelta entre los instrumentos, me siento en la batería de Barrett Deems… ¡Imaginate! Estaba totalmente deslumbrado. Me pongo a tocar un poquito, a jugar y de repente se aparece Armstrong y se pone a tocar unos pocos acordes conmigo. Era un tipo divino, un personaje maravilloso. Ese es el momento donde Mauri nos hace posar a los dos y me saca esa famosa foto”.

Los varenikes y la sobremesa

“Cuando nos sacamos la foto Armstrong mira en la solapa de mi saco y ve que tengo una Estrella de David. Automáticamente me pregunta en inglés: ‘¿Vos sos judío?’. Con mi inglés de Tarzán, le digo: ‘Yes, I am’. Entusiasmado, con esa voz ronca, me responde su característico ‘Oh, yeah!!!’ y me pregunta dónde podía comer comida judía. Yo me quedé duro, no podía creer nada de lo que me estaba pasando. Me pongo a pensar y no se me ocurre ningún lugar: ‘Esto no es Nueva York donde hay un montón de esos lugares así’. De repente se me cruza por la cabeza invitarlo a casa: ‘Un momentito… ¡mi mamá! –le digo–. Si usted acepta venir mañana a comer comida judía a mi casa yo lo voy a buscar al hotel, así no está dando vueltas por Buenos Ares’. Mi vieja me iba a matar, pero bueno, era Armstrong. Me vuelvo a casa y empiezo a contarles toda esta historia. Automáticamente mi viejo me pide que le ponga en el Winco todos los discos que tenía de Armstrong. Mi vieja protesta y protesta pero se pone a cocinar un plato que es muy conocido: varénikes. Son como una especie de empanadas hervidas con cebolla frita, papas y ricota de los judíos y ucranianos.

“Armstrong viene al día siguiente. Gran conmoción. Viene mi hermana, mi cuñado, hasta un alumno de mi papá que estudiaba clarinete. Nosotros vivíamos en una casa tipo chorizo en la calle Tucumán al 2100, entre Junín y Uriburu, que tenía lo que por aquellos años se llamaba sala a la calle: el living comedor (solamente para las visitas) que era también sala de ensayo, escuela de música, etc. Ahí estaba el piano, la batería y el resto de los instrumentos para los alumnos”.

Y sigue el relato: “Nos ponemos a comer y Armstrong, enloquecido con los varénikes de mi vieja, se comió todo. Todo, ¿entendés? De repente se tira hacia atrás, se apoya en el respaldo de la silla, se abre la camisa y veo que también tiene una cadenita con la Estrella de David”.

Vigoda le pone contexto a su historia. “La señora de esa familia lo quería tanto que aparte de pagarle chaucha y palitos no lo dejaba ir de la casa sin comer. Y, por supuesto, le daba de comer la misma comida judía que a su familia. Los varénikes y todos esos platos típicos son comidas de la miseria: solamente harina, puré de papas y una cebollita. Louis se aficiona a eso y, en agradecimiento, se compra cuando puede la Estrella de David y ama todo lo que conocía del judaísmo.”

Y ahí vino lo mejor. “Entonces a Armstrong no se le ocurre nada mejor que decir: ‘¿Cómo puedo agradecerles todo esto?’. En ese momento, mi viejo le responde en idish: ‘¿Por qué no tocamos algo juntos?’. Y Armstrong responde: ‘Cómo no… pero no traje la trompeta’. ‘No se haga problema –le dice mi viejo–, acá hay una’. Sale corriendo a buscar una trompeta para Satchmo, él saca del bolsillo del chaleco una boquilla, mi vieja se sienta en la batería Ludwig y mi viejo en el piano Rachals. Yo agarré mi violín y el alumno de mi viejo su clarinete. Todos agarramos algún instrumento. Hasta mi hermana y mi cuñado agarraron una pandereta y una maraca. La cuestión es que se arma una fiesta  terrible. Entonces hacía calorcito y estábamos con las ventanas abiertas. Al clarinetista ese de trece años se le ocurre tocar algo que pudiera mezclar jazz con música klezmer: ‘¿Por qué no tocamos And The Angels Sings?’. Mi hermana y mi cuñado, que sabían ingles, eran los interlocutores. Entonces Armstrong dice: ‘Pero ese tema es de Benny Goodman y está Harry James en trompeta’. ‘No hay problema –le contesta mi viejo–, Harry James no está, así que no va a escuchar’ (risas). Lo tocamos con tanto bochinche que se empezó a juntar gente en la calle y el tranvía que pasaba, al ver tanta gente, paró. ¡Se juntaron tres tranvías! Al final vino el policía de la esquina y tocó timbre en casa:

 ‘Perdóneme pero esto es imposible, es una locura’.

‘Disculpe agente –le dijimos–, pero lo que pasa es que está el Negro Armstrong’.

Te la hago simple: nos tuvimos que ir todos a la comisaría, incluido Armstrong. No estuvimos ni detenidos ni presos, pero vino el autito y nos llevaron, un poco por joder. Al final, aunque no tenían idea de quién se trataba, le terminaron pidiendo autógrafos.

Después vino a la comisaría el agregado cultural y lo retó como a un chico: ‘¡Pero cómo vas a estar haciendo estas cosas! Si sabés que tenés que tocar a la noche en el teatro…’.

Armstrong era un chiquilín”.

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