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miércoles, diciembre 4, 2024

Pese a cuestionamientos, la obra jesuita merece un reconocimiento mayúsculo

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En su nota “La utopía misional jesuítica”, el miembro de la Academia Nacional de Historia, Dr. Alfredo Poenitz, señala las razones de la expulsión de los jesuitas: “Estaban enfrentados a una Iglesia que hizo de las pompas barrocas de las catedrales, el brillo del oro de sus sagrarios, casi un fin esencial de su existencia. Una Iglesia muy lejana al sentido misional de los Jesuitas”. El ‘enfoque Lugones’ y su cuestionamiento

En 1768 cientos de sacerdotes de la Compañía de Jesús eran expulsados de los treinta pueblos fundados a lo largo de poco más de un siglo y medio de experiencia misional con los indios guaraníes. En el pueblo de Yapeyú, el más meridional del conjunto, a orillas del río Uruguay fueron concentrados y transportados por vía terrestre y fluvial hacia la capital de la Gobernación del Plata, Buenos Aires. Desde allí se los embarcó hacia Europa donde después de una odisea de mas de un año de rechazos y negaciones a sus pedidos, finalmente fueron asilados por la reina Catalina de Rusia

Catalina de Rusia recibió a los jesuitas expulsados

Los Jesuitas habían sido expulsados de todas las posesiones hispano-americanas, como consecuencia de una furiosa campaña en su contra iniciada a fines de la década de 1750 por un masivo grupo de intelectuales y personalidades ilustradas muy ligadas a las monarquías española y portuguesa, grupo encabezado por el Marqués de Pombal y el conde de Aranda. Ciento sesenta años de una experiencia misional única e irrepetible se frustraban con este hecho político-histórico. La peor medida contra la Iglesia hispanoamericana desde la Conquista de América había sido ejecutada produciendo un vacío definitivo en los propósitos evangélicos de España en tierras americanas.

¿Qué razones tan importantes pudieron haber existido para que tamaña empresa evangelizadora y que había dado tan notorios resultados fuera cortada de raíz y frustrada en su destino?

Mucho se ha escrito sobre este tema. Desde Voltaire y Montesquieu hasta hoy. Desde la absurda idea de la “república utópica” gobernada por un monarca jesuita a quien respondía incondicionalmente un poderoso ejército compuesto por miles de soldados guaraníes hasta la imposibilidad de la existencia de una experiencia socializante en un mundo que se proyectaba hacia las libertades individuales. Decenas de hipótesis se han tejido hasta hoy.

Bartomeu Meliá

Bartomeu Meliá, profundo estudioso de la experiencia jesuítica con la comunidad guaranítica, afirma que esta utopía consistió en un permanente cuestionamiento al mundo colonial en lo humano, en lo social y en lo económico.

Y con el paso del tiempo se transformó en un verdadero cuestionamiento político que fue derrotado por el sistema colonial. La experiencia jesuítica significó un enfrentamiento a la práctica colonial de las “encomiendas” donde el indio era utilizado como mano de obra esclava. Por eso las reducciones se transformaron en un espacio socializante a partir de la negación de los indios de servir con su trabajo a los terratenientes esclavizantes.

Y la Compañía de Jesús a través de religiosos excepcionalmente preparados fue fiel a los principios evangélicos y así la vida reduccional se convirtió en un espacio de armonía y convivencia de dos realidades culturales distintas pero armonizadas. El propósito misional jesuítico fue el de buscar los elementos más o menos acercados de la espiritualidad ancestral guaraní y la cristiana en un sincretismo admirable que aún hoy asombra y ha llevado con el tiempo a describirla como “utopía”. Pero, ¿cuál fue la utopía?. ¿La imposibilidad de ejecutar ese sincretismo religioso?. Esta ha sido la teoría que pervivió durante muchos años. Sin embargo la utopía tuvo que ver con una situación extrarreduccional, detrás de las fronteras que férreamente contenían e imposibilitaban el contacto de las misiones de guaraníes con el mundo colonial español. Los Jesuitas fueron anti-españoles.

Pero no en oposición a la Monarquía ni a sus objetivos apostólicos en tierras americanas. Evitaron el contacto del español residente en suelo americano porque ello implicaba  la transmisión de vicios y malas costumbres en un espacio donde se protegían los principales elementos de la civilización guaranítica. Esa fue la utopía. Pretendieron luchar contra un mundo colonial pensado a partir de la opresión y esclavitud del indígena. Fueron la anti-encomienda. Y ello les costó demasiado caro.

La vida en las reducciones tuvo un carácter ritual, socializante y democrático. Toda la vida cotidiana se constituía en una serie de ritos. Era ritual la vida religiosa con las ceremonias, cantos, rezos. Constituía un rito el trabajo de las mujeres y niños en las chacras adonde iban ordenadamente y cantando, lo mismo que el trabajo de los hombres en el ámbito productivo rural. Estaba ritualizado el momento del comer y de los juegos y los despliegues alegóricos de las celebraciones.

La expulsión se hizo de noche

Este sistema con fuertes rasgos paternalistas tuvo en los momentos de crisis su definición más concreta. Cuando debieron enfrentarse al poder colonial, por ejemplo en la Guerra Guaranítica (1750-54) el pueblo guaraní se afianzó como nación y acentuó los lazos con sus protectores.

La experiencia jesuítica no fue una experiencia conservadora. Fue más bien una experiencia anticolonial, antihispánica y enfrentada a una Iglesia que hizo de las pompas barrocas de las catedrales, el brillo del oro de sus sagrarios, casi un fin esencial de su existencia. Una Iglesia muy lejana al sentido misional de los Jesuitas.

Y esa utopía fue la que derribó finalmente la estructura de las Misiones Jesuíticas de guaraníes.

Alfredo Poenitz es Historiador e integrante de la Academia Nacional de Historia.

Esta nota se publicó en El Territorio

Otra perspectiva a Lugones

En 2024, la prestigiosa escritora e intelectual rosarina Andrea Calamari refirió que había accedido a la lectura de El imperio jesuítico de Leopoldo Lugones.

Horacio Quiroga (izq) acompañó a Leopoldo Lugones (der) y luego se estableció en San Ignacio

A inicios del siglo XX, este escritor en compañía de Horacio Quiroga visitó algunas de las misiones jesuíticas y escribió el libro de marras con un enfoque critico y anticlerical (era masón como muchos en la intelectualidad argentina). Calamari lo describe así: “Lugones tenía 30 años para entonces. Cordobés, autodidacta, sabelotodo (el nombre para definir eso es polímata), interesado en la política, socialista por entonces, había llegado a Buenos Aires para trabajar como periodista poco antes de la segunda presidencia de Roca. Fue sobre el final del mandato cuando el general lo mandó a buscar y le hizo un encargo específico: un informe sobre las ruinas jesuíticas en Misiones”.

Y agrega que después de la investigación bibliográfica partió a Misiones (con Horacio Quiroga como fotógrafo) y recorrió la zona durante un año para terminar con este ensayo histórico de 370 páginas.

Con el uso de la ironía, describe a los hombres de la Iglesia como “abades de culminante panza, clérigos vividores, novicios cavernosos de flacura”.

Si Lugones hubiera agregado que un par de curitas con sus largas túnicas negras que llegaban al suelo eran capaces de organizar la vida, educar, alimentar, promover las artes y -por sobre todo, no hay que ser ingenuos- proteger a los aborígenes de los ataques bandeirantes esclavistas quizá hubiera sido un tanto más ecuánime.

Y esos ataques no eran “moco ‘e pavo” como se decía en esa época. Eran agresivos, violentos y absolutamente faltos de cualquier respeto por la dignidad humana. Por eso muchas misiones fundadas más al norte (más cerca de Brasil actual) fueron trasladándose hacia el sur: para hacer más dificultosa la tarea de los bandeirantes.

Antes que este enfoque geopolítico de Lugones vale recordar entre otras cosas que en la “República guaranítica” los jesuitas podían ejercer el poder de veto en casos conflictivos, pero habitualmente la administración civil, penal y militar se ejercitaba confederadamente, y cada reducción formaba una comunidad independiente con alcaldes, fiscales y otros ministros elegidos libremente. La acción evangelizadora incluía una decidida dimensión cultural. Los misioneros codificaron y sistematizaron la lengua guaraní (o sea, una lengua hablada o ágrafa la transformaron en lenguaje escrito); la primera imprenta en el país funcionó en las Reducciones desde el 1700, ochenta años antes que en Buenos Aires; desarrollaron ampliamente las capacidades musicales y escultóricas de los guaraníes.

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