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jueves, marzo 28, 2024

José González, de Paraguay a las estepas rusas: su increíble vida

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A los 18 años tuvo que emigrar. Y vivió cinco años en la vieja Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Luego retornó y vivió entre Posadas y Encarnación. Habla y escribe perfecto en cirílico, la grafía rusa, y hasta tiene una hija (Victoria) que llegó a vivir dos años en Argentina para luego retornar a Rusia. Esta es su historia. José González, escritor, periodista, aventurero, le gusta el tereré y ama los niños.

Hace veinte o más años, por Posadas pasó el famoso circo de Moscú. Con sus animales, con sus bailarinas, con sus payasos con todos los trucos. Eran otras épocas: no había prohibición de animales, ni internet, ni redes sociales. Las fotografías se sacaban con las clásicas cámaras con rollo. Un par de artistas del circo se acercó al centro de la ciudad. Ahí, enfrente a la plaza Nueve de Julio, en una esquina ochavada funcionaba desde hacía tiempo una de las casas de fotografía que – primero en 24 horas y luego en una hora- hacían el famoso revelado y copias.

Los visitantes intentaron hacerse entender pero nada. Y, claro. Eran rusos y la dependiente no conocía siquiera el inglés que intentaban los rusos.

Hoy, a la orilla de su viejo y querido Paraná junto a sus afectos. José recorrió un largo camino (foto: Facebook)

Por detrás, ingresó al local un hombre de mediana edad y con barba encanecida. Los miraba atento y los escuchaba hablar.

-Ellos están queriendo que hagan el revelado y desean comprar tres rollos más, le dijo a la chica.

Ahí mismo, se puso a charlar con los visitantes… en su idioma. Hablaba perfecto el ruso y los tipos no podían creerlo.

¡En este rincón alejado del mundo alguien les hablaba en SU lengua materna!!!

Estaban azorados.

Con menos de 20 años, con frío y con bigotes. Eso sí: las “patas de elefante” viajaron a Rusia (Foto. JG)

Claro, no podían saber la historia de José González, paraguayo que a sus jóvenes 18 años había tenido que migrar hacia la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y vivió allí aventuras en las estepas mientras esperaba volver a su Paraguay querido, a los calores de Misiones, al tereré y la amistad.

Entre medio, un romance le acercó afectos con una paisana de aquellas tierras agrestes y antes de regresar, ya sabía que tenía una hija que crecería en Rusia.

“Detalles técnicos”

Tuve la oportunidad de trabajar varios años con José González.

Ambos compartíamos horas y horas en la redacción de El Territorio. Yo era redactor y José, corrector.

Así que el trato era continuo.

Con los colegas. José integra la agrupación que reúne a los periodistas paraguayos en Encarnación (Foto Facebook)

El periodista puede estar en cualquier hora en la redacción. En cambio, los correctores (los primeros) aparecían al atardecer. Luego había un segundo turno, donde trabajaban los del “cierre de edición”.

Era habitual verlo llegar montado en su moto y con algunas bolsitas. Como buen paraguayo que se precie, al poco rato de integrarse a la redacción y de ponerse a corregir los textos, José ya estaba con su tereré.

“¿Trajiste la batatilla?”, le preguntaba Martino, uno de los encargados de noticias nacionales y del mundo.

Era una especie de raíz de bulbo que la picaban y le ponían al tereré (que por supuesto, era de agua, válgame Dios, si José le iba a poner un jugo al tereré).

Martino, un peronista de la vieja escuela, que había viajado especialmente en tren el 20 de junio de 1973 a Ezeiza cuando El General volvía de su exilio tras 18 años. El mozalbete que era Martino en ese entonces, había comprado zapatos de cuero nuevos y lustrosos para ir a ver al General y que cuando comenzó la balacera corrió como nunca en su vida entre charcos, barriales y pastizales tratando de salvar su vida. Y viendo que el país se iba quedando como sus zapatos nuevos: rotos, sucios, embarrados, “hechos pelota”, como decimos por acá.

Pero Martino le pedía las batatillas.

Así fui conociendo la historia que hoy de alguna manera tratamos de plasmar en este breve cuestionario.

José, además de mantener contacto con sus seres queridos en Rusia, tiene a su hija que ya lo ha hecho abuelo.

Como esta primera nota refiere a los momentos dramáticos de su partida de estas tierras, José que escribe (y bien) pasa un relato en primera persona de esos instantes. Y a partir de ahora, habrá también columnas con sus increíbles historias y buena memoria.

Como decían en el circo de Moscú: Bienvenidos, pasen y vean y que lo disfruten.

Tiempo de alejarse

  ¿Cuándo y cómo surge el hecho de que puedas ir a Rusia?  

A fines del 75 -en Paraguay y por motivos políticos- apresaron a mi hermano y consecuentemente a mi mamá, pese a que no militaba, yo tenía 17 años. Me refugié en la embajada de México. Con un salvoconducto fui a Buenos Aires y partí rumbo a Moscú el 24 de marzo de 1976.  

¿Donde vivías en ese entonces (Argentina o en Paraguay) y cómo fue que te dieron la opción (o lo que fuere) para ir hacia allá. En qué año más o menos fue…?  

Vivía en Asunción, Paraguay. Y tenía dos opciones: Rusia o Suecia. La otra posibilidad era viajar a Estocolmo. Pero en ese país los asilados políticos tenían la posibilidad de estudiar el idioma sueco, no una carrera universitaria.

¿Es verdad que primero pasaste por Cuba o eso es una falla de mi memoria?

A Cuba fui en barco en 1978, desde San Petersburgo con una delegación de compañeros sudamericanos, europeos, africanos y asiáticos que estudiaban en distintos puntos de la URSS. Participamos en el Festival Internacional de la Juventud y los Estudiantes. Tardamos unos 15 días en llegar, dos semanas en Cuba y otros 15 días de vuelta a San Petersburgo.

En Rusia tuviste que aceptar el destino que te dieron? O sea, te enviaron a un lado y no pudiste elegir? O pudiste?  

Cuando llegué a Moscú se hicieron cargo de mí y me alojé en un hotel. Inmediatamente, para ingresar a la preparatoria, donde la materia principal era el idioma ruso, viajé a Taskent, la capital de Uzbekistán que tiene un clima más templado. Allí vivíamos y estudiábamos en un edificio inmenso, con canchas de atletismo y fútbol. Nuestro estipendio consistía en 90 rublos, que nos permitía mantenernos durante un mes. Desde que llegué sabían mi inclinación por la carrera veterinaria.

Clases prácticas en su carrera de Veterinaria. José en un establecimiento que tenía 3 mil cerdos (Foto: J. González)

¿Qué edad tenías cuando eso ocurrió y cómo lo tomaste para enfrentar esta novedad?

El 18 de marzo del 76 cumplí 18 años, seis días después viajé a Moscú. Mi objetivo fue estudiar veterinaria y me propuse conocer a fondo el idioma. Me anotaba en los diferentes certámenes con poesías en ruso. Tengo un recorte de diario de la época cuando participé en uno de ellos. Mis compañeros rusos me invitaban a sus casas en las vacaciones, esas visitas afianzaban más el conocimiento del idioma y de algunos modismos regionales.

Examen de oratoria de ruso en la preparatoria. “José, pase al frente” (“Хосе выйди вперед”) (Foto: J. González).

¿Qué dijeron tus familiares cuando se enteraron que te ibas a Rusia (creo que en esa época era URSS)

En esa época fue lo más acertado. Mis hermanas estuvieron de acuerdo. No tenía otra opción, comenzaba el Plan Cóndor.

¿Cuánto tiempo viviste allá. Estuviste en un solo lado o te moviste dentro de ese inmenso país?

Viví cinco años y conocí varias repúblicas. Armavir, la ciudad donde estudié está ubicada en la región de Krasnodar, eminentemente cerealera y ganadera. Está a unas cinco horas de viaje hasta Sochi, ciudad balnearia a orillas del Mar Negro. Estábamos estudiantes de Chile, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Perú, Panamá, Costa Rica y Puerto Rico. El frío se soporta bien, es seco, más aún si hay nevada. En tres oportunidades, en las vacaciones de verano viajé a París, Copenhague y Estocolmo para sellar mi pasaporte en los consulados paraguayos de esos países.

Tuviste pareja e hija… Contanos algo de lo que dejaste por allá y cómo siguen tus contactos con seres queridos de allá

Tuve pareja y de esa relación nació Victoria, el 7 de mayo del 81. Un mes después tuve que regresar. Es el convenio que existía con los estudiantes extranjeros. Con madre e hija siempre nos comunicábamos a través de las cartas, hasta que en 2007 vinieron a Buenos Aires. Las vi después de 27 años. Posteriormente, en 2011 volvieron mi hija, yerno y nieto y durante dos años se afincaron en Mar del Plata. En esa ciudad nació mi segundo nieto, Alexander.

Su hija Victoria (a la derecha) su yerno y sus nietos. Imagen de fines de 2020. (foto: Facebook)

Cuándo surge la posibilidad de volver a América, ¿cómo se dio todo? Te embarcaste enseguida o te “tiraban” los afectos que ya tenías en esos lugares.

Fue duro dejar un pueblo que me brindó todo, ni que decir alejarme de mis afectos. Pero también sabía que era mi deber regresar y volví a Posadas, donde estaba mamá, quien había permanecido en prisión casi tres años en el campo de concentración de Emboscada, Paraguay.

¿Cómo fue el tema de aprender el idioma (además de una lengua extraña que no tiene los signos latinos, sino que usa el cirílico)? 

Creo que el hecho de vivir en Rusia facilitó el rápido aprendizaje. Para desayunar, almorzar y cenar debías pedir en ruso. Yo decidí aprender bien esa lengua. Sabía que de eso dependía el aprendizaje de la carrera. Me especialicé en animales de granja. Recibí diploma “con honores”, mis notas fueron las máximas, entre 4 y la mayoría 5.

Ejerciendo su trabajo con el compromiso de siempre, José reside en la actualidad en Encarnación (Foto Facebook)

El exilio

Este es un relato de José González que refiere a esos momentos dramáticos de su vida.

Las dictaduras militares impuestas en América latina, en los años 70 del siglo XX, no sólo significaron la cancelación violenta de un ciclo de reorganización política y cultural, fueron también expresiones crecientes y feroces de una política de exterminio.

El exilio fue acaso uno de los múltiples fenómenos al que dio lugar, además de la persecución, la muerte y la desaparición de miles de seres humanos.
Me fui como emigrante político, con la expectativa, no lejos de la exageración, de que mi vida no pendiera del hilo, casi siempre delgado, de la prisión y acaso la muerte.
Cuando me marché desde Buenos Aires hacia Moscú, justo el 24 de marzo del 76, día del golpe de Estado en la Argentina, dejé atrás a mi madre, ya en la prisión de Emboscada en Paraguay, en una zona agreste, sin agua, no lejos de Asunción y a mi hermano Rubén, desaparecido.
También quedaron mi hermano Bernardo y mis hermanas, esos firmes puntales entrañables, únicos recodos seguros y probados en cualquier tormenta, que vieron partir al menor de todos, es decir yo, con la infinita comprensión de siempre, pero con profundas desgarraduras en el alma.
Y entonces comenzó para mí una experiencia perturbadora del desarraigo y la incertidumbre, por un lado, y por el otro, se abrieron ante mis ojos un mundo por conocer, en el que pasé los mejores años de mi juventud.
En un principio, de golpe desapareció el espacio de mi identidad y de pertenencia, en el que forjé mi vida, sueños, amistades, vecinos, los rincones queridos, el Paraná, la pesca, las pequeñas cosas que recuerdan momentos únicos, imborrables y sustentadores.

En pocas palabras, las añoranzas añejadas e inseparables en el vivir de los años.
Cuando regresé a Posadas en junio del 81, la dictadura militar argentina aún daba su última estocada preparando la toma de las Islas Malvinas, con la intención aviesa de lograr un poco de credibilidad y continuar en el poder.

José González

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2 COMENTARIOS

  1. Yo estuve en la URSS desde los 10 años hasta los 23.Hice toda mi primaria y secundaria, luego la universidad.Regrese a Paraguay en 1989

  2. Gracias Augusto. Podés ubicarnos el lugar o lugares donde residiste. Porque si hay algo grande es la superficie de Rusia, aún, con el desprendimiento de los países de la vieja URSS sigue siendo la nación más grande del mundo con sus 17 millones de kilómetros cuadrados

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