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domingo, septiembre 1, 2024

La increíble historia de los colonos perdidos en la selva

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La historia de cuatro alemanes de Eldorado recién llegados a la colonia allá por los años ’20 que viajaron hasta San Pedro en pos de la yerba silvestre. No la consiguieron y al volver, se perdieron. El relato con tintes trágicos es rescatado por Frances “Paquita” Lowe en su blog y vale conocer que el monte misionero es un gran desafío. ¡Hasta fue una radionovela!

Había que ser bien valiente para meterse en el monte misionero casi sin conocimientos.

Era gente que venía de un mundo moderno. Allá tenían problemas de guerra y falta de alimentos, pero donde había caminos y había civilización. Llegaron a Misiones y fueron a Eldorado. Allí no había nada de eso. Todo estaba por hacerse.

Como cuenta Frances “Paquita” Lowe en su blog y lo volvió a subir estos días en Facebook de Eldorado en el recuerdo.

Frances “Paquita” Lowe rescató esta historia que estos días volvió a circular en el Alto Paraná

Fueron cinco colonos que quisieron ir a buscar la yerba mate silvestre a la zona oriental de Misiones en la región de San Pedro y les fue mal. Muy mal.

Los participantes de esta gran aventura fueron Hermann Flaig, Gottlieb Raiser, Löringer y su hijo, Wörle y Jorge Kirchner.

Éste último abandonó el viaje porque el Piray Guazú estaba crecido y no había paso, se decidió a volver a la casa porque tenía puestas botas nuevas y arruinaron sus pies.

Entonces, el resto del pelotón se decide a seguir el viaje. Se largaron rumbo lo desconocido, sin saber que era una selva, más o menos entre 70 y 80 kilómetros desde Eldorado.

La historia de la yerba y Misiones, vinculadas

Antes de continuar la historia de los intrépidos colonos vale poner en contexto, algo de la historia regional.

Así se veían en las primeras décadas del siglo XX los montes en Eldorado (Foto: Blog de Paquita Lowe)

La yerba mate tenía un consumo asegurado. En todo el viejo virreinato se mateaba. Desde esas antiguas épocas era negocio. Y en Misiones estaban las plantas.

Una vez obtenida, el transporte de la yerba canchada silvestre se hacía por agua en rudimentarias embarcaciones desde la zona de los obrajes del Alto Paraná hasta Trincheras de San José (la que después sería Posadas).

Así lo describe el historiador obereño Daniel Alcaraz.

Y de allí, se intercambiaban con los centros de consumo situados en las principales urbes: Buenos Aires, Rosario, Córdoba.

En el proceso de la extracción y transporte combinó la navegación fluvial del río Paraná, con caminos precarios abiertos con hacha y machete en la selva – picadas- que posibilitaron la apertura de los primeros obrajes por donde las mulas acercaban el producto hasta las costas en improvisados “puertos” para embarcarlos río abajo. (Daniel Alberto Alcaraz – FHCS Unam).

Pero desde épocas jesuíticas, los yerbales silvestres de San Pedro y Campiñas de América o Américo eran célebres y muy mencionados.

Tal como lo señala Alcaraz, el aprovechamiento de esa yerba mate fue el origen de Posadas como centro de desarrollo regional. La yerba ya era el “oro verde” y aún no se habían iniciado las prácticas que conoció el biólogo Carlos Thays para reproducción de los plantines. Había que ir a buscar la yerba silvestre.

Y sigue Paquita con su relato: “Según corrió la voz en la Colonia (Eldorado), en San Pedro crecía la yerba silvestre, lo habían comentado unos mensúes que traían yerba canchada desde esa zona, cruzando por un sendero muy angosto al que llamaron “pique” sobre lomos de burros”.

Testimonio en primera persona

Esto puedo dar fe, porque desde mi infancia, mi padre (Carlos Mario Pernigotti) solía mencionar que mi abuelo (Ángel Pernigotti) había hecho esos caminos. Ellos residían en la zona de Concepción de la Sierra. De allí marchaban a lomo de caballo hasta Campiñas de América (hoy Bernardo de Irigoyen). Acopiaban la yerba y la llevaban a lomo de burro hasta Piray. Y de allí se la embarcaba hasta Posadas.

La mula, ese noble animal, fue usado como elemento transportador durante muchos siglos.

Honestamente, no sé cuántas veces habrá hecho este camino mi abuelo, pero seguro que fue importante en su vida porque lo nombraba y mi padre lo repetía.

Los nuevos colonos de origen alemán hacía pocos meses que habían llegado desde Europa.

La ruta ya se conocía. El comisario de yerbales Felipe Tamareu elevó un informe en 1874 al gobierno de Corrientes sobre los trabajos realizados por la comisión exploradora de Piray-San Pedro, donde estimaban que podían extraerse no menos de 300.000 arrobas anuales de yerba (esto significaba una cantidad importante de yerba canchada: unos 3,5 millones de kilos, ya que 1 arroba es igual a 11,5 kilos) y propuso realizar un reconocimiento del arroyo Piray Guazú para establecer su navegabilidad y fundar un pueblo sobre la orilla izquierda de su desembocadura en el río Paraná

La distancia entre Puerto Piray y San Pedro era de unos 77 a 80 kilómetros.

La distancia de Piray a Campiñas de América – actual Bernardo de Irigoyen en la frontera con Brasil– era de unos 146 kilómetros.

(Una breve anécdota: en 2010, año del bicentenario se realizó un homenaje en Puerto Piray a esta actividad: El domingo 3 de julio realizaron una caminata desde el kilómetro 10 hasta el kilómetro 14 de la hoy ruta 16 de Puerto Piray. Seguían así los senderos por donde caminaban las mulas por la selva misionera cuando traían la yerba mate silvestre desde San Pedro, tras sortear en cuatro etapas los 80 kilómetros. Fin de la anécdota).

Guaraníes y el barbacuá. Aldo Chiappe dibujó este horno para el trabajo de Pau Navajas Kaá Porá

En camino

A los colonos de Eldorado, el viaje de ida les fue muy bien ya que seguían el sendero y la estadía en San Pedro fue de tres días, pero el sueño no se hizo realidad (porque la yerba que buscaron no se encontraba en plantas pequeñas como se conocen hoy en día sino en árboles).

Quizá haya que entender: no sólo había que cosechar (cortar) la yerba de los árboles sino después quitarle la humedad en una operación que se denomina zapecado o sapecado. Esto se hacía con un horno llamado barbacuá construido con estructuras de tacuara en forma ovalada con fuego abajo y las hojas arriba que se iban dando vuelta para producir la quita de humedad. Cualquiera que no conoce la yerba, al verla, piensa que es muy sencillo obtenerla. Y en realidad, es todo lo contrario.

La yerba pasó a ser un negocio regional de grandes empresas y desarrollador de poblaciones.

El riesgo de enfrentamientos con las tribus de aborígenes que habitaban en el medio selvático provocó que la mayoría de los yerbales silvestres permanecieran ignorados hasta las décadas finales del siglo XIX. En 1874 comenzaron oficialmente las exploraciones de las costas del Alto Paraná argentino con expedicionarios que se valieron de embarcaciones a vapor y canoas rentadas por empresarios yerbateros de Posadas que en 1875 llegaron a la altura de la desembocadura del arroyo Piray – también denominado “río dos peixes” por los brasileños– y habilitaron un fondeadero que ofició de puerto para canoas y vapores que comunicaban río Paraná con la “picada Marcondes” de más de 200 kilómetros que constituyó uno de los primeros enclaves que traspasó el territorio argentino con yerba mate proveniente de San Pedro, Barracón, Palmas Novas, Campo Eré, situado a mitad de camino de Posadas y Tacurú Pucú, otro importante enclave yerbatero habilitado en 1870 con una extensa picada que traspasaba los nuevos límites y se extendía más allá de la Cordillera de Amambay, al sur de Mato Grosso, epicentro de la actividad de dos grandes compañías: La industrial Paraguaya y la Matte Larangeira. Se embarcaba en Porto Murtinho.

En camino con los colonos

Luego de los tres días, se decidieron a regresar a Eldorado, pero esta vez lo harían por un sendero más corto, según fue la sugerencia de los residentes. “Hey, vayan por este camino que es mucho menos extenso. Eviten bajar usando el Piray como referencia y vayan por la picada”.

Claro, para alguien baqueano no hubiera constituido un problema hacerlo. Ahora, alguien que nunca había estado en una selva así, ¿podía llegar a perderse?
La respuesta fue claramente afirmativa.

El monte (o selva) misionero es duro: a veces ni el sol llega al suelo.

Como el viaje de ida había sido muy largo y penoso, decidieron comprar dos caballos. Pero surgió un problema, no les alcanzaba el dinero para pagarlos al contado. Entonces el dueño se los dio fiados, con la promesa que cuando llegaran a sus casas, el dueño cobraría. Pero no fue así.

“Sí, tomaron el camino que no correspondía. Al segundo día se les termina el sendero y se internan en la selva, y cuanto más se internan, más perdidos se encuentran. Comienza para ellos el infierno verde. Tuvieron que ocupar los machetes para poder avanzar”, es el relato de la viuda de Flaig y recuperado por Paquita Lowe.

“Llevaban vagando sin rumbo cuatro días y sin ninguna esperanza de llegar a Eldorado, los víveres los iban consumiendo y los racionaron, hasta que en pocos días se terminaron. De allí en adelante, comieron lo que con las escopetas podían conseguir: animales pequeños y pájaros”.

Todo se complica cada vez más

La humedad y el frío se hacían sentir, los calzados se rompen y continúan descalzos hasta que los pies quedan inútiles, y también las manos, de tanto usar el machete.

Cuando se internaron en la selva era invierno, y las lluvias aumentaban la sensación de frío.

Cualquiera que estuvo en el “monte” misionero (en España, monte es una montaña) sabe de qué se trata. El sol no penetra dentro de esa selva tupida, los resfríos y la fiebre los deterioraba, la marcha se volvía insoportable.

El majestuoso arroyo Piray Guazú fue usado como camino para llegar a San Pedro.

Pero no se dejaban vencer por nada, debían llegar vivos a sus hogares.

Habían perdido referencias.

“En la profundidad de la selva no tenían ninguna orientación, al sol raras veces lo veían porque las copas de los árboles lo cubrían, no tenían más víveres, los fósforos y los encendedores no funcionaban por la humedad, las balas se habían terminado y solo quedaron las escopetas y los machetes; la ropa se caía a pedazos y las remendaban como podían”, es parte del relato desolador.

Un paredón de piedra les hizo desviar el rumbo, contentos porque creían que llegaban al río Piray Guazú, pero era solamente un afluente, faltaba mucho para llegar.

Después de otros días de caminata llegan a un arroyo más grande que el anterior y realmente ese sí era el Piray.

La dieta “todo crudo”

La tragedia más grande que los conmovió fue la enfermedad de Wörle, el hijo de Löringer.

“Cada día que pasaba, por la fiebre que tenía, el muchacho se debilitaba más. Llegó el momento en que no pudo continuar y para protegerlo levantaron un techo de pindó, la generosa palmera de la selva misionera”.

Allí se quedaron dos días, haciéndole té de hojas de tacuara mientras los otros se alimentaban con raíces, cazaban sapos y algunos bichitos que comían crudos. Como el enfermo mostró una leve mejoría, decidieron seguir adelante, llevando al paciente en hombros, pero todos estaban agotados físicamente y lo tuvieron que arrastrar, hasta que llegó el momento en que no pudieron más.

El momento más triste

A pedido del joven, lo dejan y se decidieron a seguir el viaje, pero sin saber dónde se encontraban y en la esperanza de que cuando llegaran, podrían volver a buscar al enfermo.

Pero no pudo ser así: antes de intentar cualquier gambito para enfrentar la situación, el joven se entrega y fallece y quedará allí en medio del monte.

“La selva misionera fue su tumba”, escribirá Paquita.

Ahi se fue muriendo (foto a modo ilustrativo)

Para su padre fue muy doloroso, también para sus compañeros.

“Pero volvamos a los viajeros.

La tensión iba creciendo, ya no se hablaban más, física y espiritualmente estaban destrozados y así no podían seguir, entonces el más fuerte tomó el mando.

Mientras tanto los familiares en Eldorado estaban inquietos ya que según sus cálculos deberían estar de regreso”.

Hacía varias semanas que partieron y desde entonces, no habían tenido noticia alguna.

“Vengo a cobrar mis caballos”

El dueño del caballo que compraran en San Pedro llegó a Eldorado para cobrar su cuenta y se llevó una gran sorpresa cuando se enteró que el grupo no había regresado aún.

Fueron a la Policía para denunciar que los viajeros estaban perdidos en el monte y la fuerza se puso en acción, para organizar la búsqueda.

Las esposas e hijos se reunían para para rogar a Dios por la vida de sus esposos y padres, aunque las esperanzas fueran mínimas después de tanto tiempo.

Cierto día, la esposa de Löringer les dice que tiene el presentimiento de que todavía estaban con vida porque en la noche se le había aparecido la imagen de su esposo al lado de su cama, y que la llamaba.

Como la Colonia progresaba, y Adolfo Schwelm seguía abriendo rumbos en el monte, por ese entonces en el kilómetro 30, dio la orden de buscar a la gente perdida y fue Adolfo Hummel con su cuadrilla que días más tarde los encontró en plena selva.

Hummel los rastreó en la selva, mientras daba gritos y tiraba tiros al aire y pegaba sapucay hasta llegar tan cerca de ellos que alcanzaron a escuchar las voces de socorro.

Los perdidos estaban tan débiles que apenas podían articular algún sonido de sus bocas.

Por fin el salvamento llegó después de estuvieran 35 días perdidos.

La cuadrilla de Hummel recogió a la gente alzándolos a lomo de caballo o llevándolos sobre sus hombros porque apenas podían movilizarse.

 Llegaron así hasta la casa del último colono en el kilómetro 17, la de la familia de Federico Weckerle, donde pasaron dos días hasta reponerse para seguir en un carro tirado por bueyes que había ido expresamente para buscarlos desde el puerto.

La familia Weckerle les dio ropas, calzados y los curó un poco las heridas, los alimentó y abrigó con lo poco que disponían,

Un vecino los llevó a sus respectivos hogares, destrozados física y espiritualmente, sin ropa, sin caballos, sin yerba, solo con una gran fuerza espiritual, con una gran fe que les permitió llegar vivos, dejando al más joven en la selva.

La promesa que se hicieron de por vida fue que cada año en el mismo día en que fueron rescatados, se reunieran para festejar el acontecimiento.

Nota: Esta historia fue relatada por la esposa de Hermann Flaig, el último de los aventureros en fallecer.

El periodista y empresario de medios oriundo de Eldorado Marcelo Almada aporta un dato: “Perdidos en la Selva”, fue un radioteatro que emitía LT18 Radio Eldorado los jueves por la noche, a fines de la década del 70 y relataba una historia muy similar a ésta.

En Facebook, se agregó en estos días de 2024 que el comisario de Eldorado, tras escuchar estas historias, pensó que hubo un delito de canibalismo en los supervivientes. Y volvió a buscar los restos del infortunado joven. Lo halló enterrado…y entero.

“Acá traigo la cabeza para demostrar que los colonos no mintieron”; dijo al final exhibiendo una bolsa.

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