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viernes, marzo 24, 2023

“Lástima que llegaron tan rápido: me estaba por comer su corazón”

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La historia del asesino de Las Quemadas, un paraje en Cerro Corá, que quiso comer el corazón de su rival permite reflexionar sobre la evolución del ser humano y por qué  -a veces- parecía justificado comerse al enemigo. El canibalismo, los duendes y lo atávico

Era la siesta del pasado 7 de septiembre de 2022. Dicen que en Misiones, los duendes de la mitología guaraní suelen salir a esa hora y por eso los padres piden a los chicos que a no anden por afuera. Ya que pueden hacer daño.

Dicen.

Quizá algunos adultos no debieran salir a esa hora tampoco.

En un paraje en el sur misionero, allí donde la selva y la serranía van haciendo la transición hacia un paisaje más llano de bosques más bajos y espaciados como buscando la llanura correntina, allí ocurrió todo.

Teresa del Carmen Venecio había decidido esa siesta salir a pasear por los caminos rurales de Picada Las Quemadas;  eso queda en una zona que va de Cerro Corá hacia Apóstoles

Teresa estaba con su pareja, Lorenzo Ramón Da Rosa  salieron los dos junto el hijo de ella, un adolescente de 14. La pierna amputada de Da Rosa no era motivo para impedir el paseo, ya que el hombre habitualmente se movía con muletas.

Y ahí sobrevino todo.

Hasta Andrés Calamaro en su rol de poeta se animó a expresarlo. Clarito. Sin ambages. Sin rodeos. Véalo:

Hay que ser hombre para olvidar una mujer
Si no hay otra igual
Flaca, no me claves tus puñales
Que los males del amor me duelen más
Nunca te lo dije, pero quiero
Arrancarte y comerte el corazón

Pero, claro: una cosa es escribirlo y desearlo.

Ponerle un poco de música y hacer una canción.

Y otra, muy diferente, es concretarlo. Llevarlo a la práctica.

El hombre que había sido pareja de Teresa no era tan hombre como dice la canción. Y en vez de puñales, tenía un feroz machete en su mano.

Quizá una de las escenas más schockeantes de la segunda parte de El silencio de los inocentes se daba cuando Hannibal Lecter (el villano que hacía justicia) capturaba al policía (que sí era malo-malo), lo sedaba, le abría el cerebro y comenzaba a preparar una comida frente a él. En ese momento, el desprevenido espectador se preguntaba aún: ¿qué le dará de comer? (alerta spoiler).

Bueno, con sus notables conocimientos científicos Hannibal desprendía con su escalpelo algunas partes del cerebro que estaba a la vista, lo echaba en una plancheta, lo cocinaba y ¡luego se lo daba de comer al detenido malo-malo!

¡Un auto-canibalismo!

-Ah, está exquisito, decía el malo-malo.       

¿A qué se debe toda esta introducción?

Días pasados, un hombre despechado de la zona rural del sur misionero atacó a su ex a machetazos.

Junto a la mujer iba su nueva pareja.

El atacante si bien blandió su arma contra la mujer en realidad tenía un solo objetivo. Atacar, lastimar ¡y comer! al rival.

Atribuyen a Einstein la frase de que no se sabe si el universo es infinito, pero que la estupidez humana sí lo era.

Se puede agregar que la crueldad también va por ese camino.

José Andrés Quednau no sólo era más joven y fuerte sino que a su rival le faltaba una pierna y andaba en muletas.

El pobre Lorenzo Da Rosa de 40 años encontró el final de sus días por este valle de dolor de la peor manera. Con un loco que lo atacaba a machetazos.

Y lo peor estaba por venir.

La mujer Teresa del Carmen Venencio, herida y todo, alcanzó a dar aviso a las autoridades.

Los agentes de policías llegaron al lugar y se encontraron con el asesino  junto al cuerpo de la víctima. El escenario que hallaron los efectivos parecía ser una puesta en escena de una película de terror.

El hombre se enderezó despacio, como si estuviera molesto porque le interrumpían una tarea importante. Es como cuando uno está preparando luego de un par de horas un menú espectacular, con entrada, plato principal y postre.

Y justo en el momento en que decide sentarse a la mesa… clap-clap golpean y llegan visitas no deseadas.

Qué lástima que llegaron tan rápido, porque me estaba por comer su corazón”, dicen que dijo.

En soledad, Quednau había hecho un hueco en el pecho de la víctima, sacó su corazón y lo cortó en pedazos.

Luego, arrojó migas de pan y retazos de pollo dentro del difunto, como si estuviera preparando una aterradora receta de comida. Con los órganos torácicos extraídos y las muletas de Lorenzo, el criminal también armó a su lado una sangrienta cruz.

Quednau le había arrancado el corazón y los intestinos a Da Rosa. Con los mismos intestinos, había atado las muletas de la víctima en forma de cruz para lugar colocarlas junto al cuerpo. Algunos especularon de que se trataba de algún ritual.

Cuando llegó la policía, se quedaron asombrados por la situación: Quednau estaba junto al cuerpo profanado, con una frialdad en su sangre interior aún mayor que la que perdió su víctima. Por si fuera poco, el homicida le dijo a los agentes que se había bebido la sangre de Lorenzo.

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La antropofagia ha estado siempre con el ser humano.

Investigadores señalan que hay testimonios de miles de años antes donde se veía a antiguos humanos cuando se comían a rivales de la guerra. Es atávico.

Eso forma parte de la cultura –dirán los antropólogos- ya que el vencedor piensa que si se come parte del cuerpo del rival muerto, los atributos y virtudes del finado (la fuerza del corazón, los pensamientos de su mente brillante) pasarán a quien se lo come.

El fundamento es claro.

Para nuestros salvajes ancestros.

Pero ¿hoy en día?

Eso es la evolución. El ser humano aprendió a vivir en sociedad. Creó leyes para permitir la convivencia.

Sólo que –a veces, solamente a veces- a algunos se le despiertan viejos instintos.

Dicen que en la evolución el ser humano en algún momento tuvo elementos de las víboras y serpientes.

Se conoce como su sistema límbico. Es  muy antiguo y se halla conformado por varias estructuras cerebrales complejas que se ubican alrededor del tálamo. Dicen que todo eso se transforma en atavismo. Algo muy profundo y que queda marcado en el fondo. La vida en sociedad ha permitido reprimir esos sentimientos de querer comernos a los rivales. Por lo que fuera.

Pero allí están las emociones más básicas del humano (al acecho).

Esas que –con delicadeza europea- se pueden despertar en un Hannibal o con la furia de machetazos pueden salir a flote en una siesta misionera.

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