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lunes, mayo 6, 2024

Salgari y los chupa-sangre: advertencias para todos los que quieran editar su propio libro

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Una de piratas: el reparto de felicidad, así se llamó una nota que escribí para El Territorio hace una década y traía data interesante…Aparecen Franz Kafka, Emilio Salgari, Umberto Eco por el primer mundo y Osvaldo Soriano por el tercero. Todos (o casi todos) esquilmados. Sólo un país trata bien a sus escritores

“Ustedes se han enriquecido con mi piel, me han tenido a mí y a mi familia continuamente en la miseria y aún más que eso. Les pido solamente que, en compensación de cuanto les hice ganar, piensen ahora en pagar mi funeral. Los saludo quebrando mi pluma”.
No puede haber remitente más duro que quien escribiera estas sentidas líneas y los destinatarios –seguramente- deberían haberse sentido mal.
Pero parece que no.
El que firmó esta nota se llamaba Emilio Salgari, tenía 48 años y lo hizo horas antes de quitarse la vida.

Emilio Salgari, el escritor italiano que se suicido al mejor estilo japonés, con un harakiri.

La inquina (por no decir odio, tirria, animadversión, aborrecimiento, ojeriza, encono y aversión) que han sentido los escritores hacia quienes tenían que encargarse de publicar sus obras es –según cuenta Osvaldo Soriano- una constante en la soterrada historia de la literatura.
Se necesitan unos de otros, pero la relación ha padecido de estos melindres que han terminado en caso, con situaciones dramáticas como la del creador de El Corsario Negro.

Franz Kafka, el escritor nacido en Praga, fue otro que padeció los maltratos de su editor Kurt Wolf.

Entre los que más padecieron esta condición opresiva se halla Franz Kafka, cuyo editor Kurt Wolff no desea ayudarlo. Así –conjetura Soriano- lo considera (a Wolf) el responsable de que la humanidad sólo haya heredado obras inconclusas.
Está bien, dirá alguno. Hagamos de abogados del diablo y veamos qué tenemos del otro lado.

Un uruguayo se había enriquecido al imprimir sin autorización las obras de Soriano y ¡nunca le pagó nada!

El propio Soriano en ‘Piratas, fantasmas y dinosaurios’ nos da algunas pistas.
“Hay que reconocer que el sacrificio mayor de los editores consiste en tratar a diario con los escritores que son los seres más desagradables, insolentes y arrogantes de la tierra”.
A confesión de parte, dirían en los tribunales…

“En Estados Unidos, es normal que los autores cobren todos los libros vendidos y en casos, por adelantado” (Soriano dixit)

En esto, el viejo hincha de San Lorenzo, los cigarros y los gatos da algunas puntas sobre las honorables excepciones. “En Estados Unidos es normal que los autores cobren todos los libros vendidos y –en muchos casos- se cobran por adelantado”.
Y por otra parte, recuerda a Carmen Balcells, la catalana que “inventó” el boom latinoamericano desde Barcelona al mundo y que le devolvió un poco la fe perdida en esa raza tan especial.


Una cena pagada ¿por quién?

Pero ahí se detiene. No hay más y llega a destilar un odio concentrado cuando cuenta el episodio de un “editor” que no era suyo, un uruguayo que lo invitó a una suculenta cena en un sitio top de Buenos Aires con la libación de las mejores uvas añejadas de Mendoza todo para contarle que se había enriquecido editando de manera “trucha” en Montevideo (es decir, sin pagar derechos de autor) varias ediciones de No habrá más penas ni olvidos. “En ese momento me acordé de Napoleón quien fue un gran hombre sólo por mandar a fusilar a un editor”, escribió Soriano.
Estaba claro que toda esa cena y esos vinos los estaba pagando de alguna manera Soriano.

La cuestión pendular (e impresa)

Pero hay más pistas de cómo operan y esto lo da Umberto Eco en El péndulo de Foucault. Porque hay una trama económica impresionante que queda desvelada.

En su novela “El péndulo de Foucault”, Umberto Eco describe el procedimiento de los editores pícaros.

Es notable cómo dentro de una obra de ese tenor (El Péndulo es una saga milenaria sobre templarios, rosacrucianos y demoníacos), el gran semiólogo italiano cuenta -mientras emite igual que Soriano un perfume de rencor- cómo es la modalidad en que siguen operando los editores.
Todo arranca con una sigla: Los AAF. Los Autores Autofinanciados. “Son esas empresas que en los países anglosajones se denominan ‘vanity press’”, ejemplifica.
Cuál es su marketing: “Pocos anuncios en periódicos locales, en revistas profesionales, en publicaciones literarias de provincias sobre todo las que duran pocos números”.
Los “AAF caen a racimos en la red”, parangona uno de los protagonistas.
La técnica consiste en que el interesado en publicar se acerca con su glamorosa creación al editor. Se la deja. A los días, el escritor (poeta, ensayista o novelista) se acerca. El otro le dirá: “Grande, realmente, grande. Para ganar un premio literario”.
Regresará al escritorio, dará una palmada sobre el original ya ajado, (“gastado por una señora de la editorial”) para dar la impresión de varias lecturas. “Y el editor dirá que sobre el valor de la obra no hay absolutamente nada que discutir aunque es evidente que se trata de un libro adelantado para la época y en cuanto a los ejemplares no sobrepasarán los 2000 ó 2500 a lo sumo”.

“Grande, grande. Lo suyo es para ganar algún premio literario”, dirá con lisonja el editor al futuro (frustrado) escritor.

Y allí el autor ofrece tímidamente participar en los gastos de edición… ¡Para qué! Es lo que está esperando el otro.
El autor recurrirá al banco, a sus fondos de jubilación, vender sus bonos del tesoro, cualquier cosa.
“Mire estoy asombrado: los costos son tanto, imprimiremos 2 mil ejemplares pero el contrato se hará por 10 mil. Unos 200 ejemplares serán para usted para que regale a quién considere pertinente. Otros 200 se enviará a la prensa para hacer una campaña de difusión y los 1600 restantes se distribuirá. Sobre estos ejemplares usted no recibirá ningún derecho pero si el libro se vende haremos una reimpresión y entonces se quedará con el 12 por ciento”.
Aquí empieza la “trampilla” del editor.
Según Eco, la realidad será otra.

¿Cuántos libros se terminan editando? No tanto como se anuncia y quien lo termina pagando es el propio escritor.


La tirada real será de 1000 ejemplares de los cuales se encuadernarán solo 350. Irán los 200 para el autor, “una cincuentena para librerías asociadas, otros 50 para revistas de provincia, unos 30 para los periódicos, por si les sobra alguna línea en la columna de libros recibidos y el resto a cárceles y hospitales”.
Un año y medio después, acto final. El editor lo cita: “Amigo, ya se lo decía yo. Usted está adelantado 50 años. Hasta lo han premiado. Pero ejemplares vendidos, muy pocos. El público no está preparado. Nos vemos obligados a despejar el almacén como está previsto en el contrato (que adjunto). O se destruyen los ejemplares o usted los compra al 50 por ciento del precio de cubierta. Es su derecho”.
El autor enloquece de dolor. Los parientes lo consuelan, la gente no lo entiende. No puede ver que su obra irá a papel higiénico.

La editora catalana Carmen Balcells creadora del boom latinoamericano junto a García Márquez y Vargas Llosa entre otros.

Y decide volver a endeudarse para comprar su propia obra.
Volvamos a la editorial. Han quedado 650 ejemplares sin encuadernar. El editor hace encuadernar 500 y los envía contra-reembolso.
“Balance: el autor ha pagado con creces los costos de producción de 2 mil ejemplares. La editorial imprimió 1000, encuadernó 850 de los cuales 500 se pagaron por segunda vez. Así con una cincuentena de autores al año y la editorial cierra con un amplio margen de beneficios”.
Y sin remordimientos, dice Eco, “reparte felicidad”.

Más de uno en Argentina, hablará del “fenómeno Dunken” y está bien, porque es un gambito a toda esta acción desleal descrita aquí arriba. Pero esa forma de editar será merecedora de alguna otra nota.

Por ahora, estamos todos advertidos.


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